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jueves, 15 de diciembre de 2011

LA IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA

Eckhart Tolle con el Dalai Lama


  A Continuación transcribo un párrafo del libro “El poder del Ahora” de Eckhart Tolle. Obviamente algunas de estos conceptos pueden ser ampliados o cuestionados. Por ejemplo el que habla de que se necesita pasar por la experiencia del dolor para evolucionar. Últimamente solemos escuchar que ya no es preciso sufrir para aprender, esto se aplica a los niños que vienen a ayudarnos a crecer espiritualmente. La energía del planeta ha cambiado, se ha sutilizado y ya no necesitamos tocar fondo para ascender porque hay menos tensión entre las polaridades. Sin embargo Tolle lo pone como ejemplo aquí y no como condición indispensable. De todos modos es un concepto que podría profundizarse, ya que estar en la tierra por más evolucionados que lleguemos a estar no nos libra del juego de polaridad de la materia que es en suma el  concepto general del párrafo trascripto. También es interesante destacar el modo en que es vista la enfermedad, como una vía de autoconocimiento, como un medio a veces útil en tanto el alma emplea al cuerpo como un camino. Cuando en este párrafo Tolle habla sobre el fracaso y el éxito no pude menos que recordar las palabras del escritor argentino Jorge Luis Borges quien, a veces con humor y otras con intensidad, minimizaba su lugar en el mundo de las letras relativizando éxito y fracaso al mismo tiempo.

 
                 LA IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA
“…mientras usted está en la dimensión física y ligado a la mente humana colectiva el dolor físico -aunque raro- es aún posible. Esto no debe confundirse con el sufrimiento, con el dolor mental emocional. Todo sufrimiento es creado por el ego y se debe a la resistencia. Además, mientras usted esté en esta dimensión, está aún sujeto a la naturaleza cíclica y a la ley de impermanencia de todas las cosas, pero ya no percibe esto como “malo”. Simplemente es.
       Al permitir el “ser” de las cosas, se revela una dimensión más profunda bajo el juego de los contrarios, como una presencia permanente, una profunda quietud que no cambia, una alegría sin causa que está más allá del bien y del mal. Esta es la alegría del Ser, la paz de Dios.   En el nivel de la forma hay nacimiento, muerte, creación y destrucción, crecimiento y disolución de las formas aparentemente separadas. Esto se refleja en todas partes: en el ciclo de una estrella o un planeta, en un cuerpo físico, un árbol, una flor, en el  surgimiento y la caída de las naciones, los sistemas  políticos, las civilizaciones; y en los inevitables ciclos de ganancia y pérdida de la vida de un individuo.     
 
Hay ciclos de éxito, cuando las cosas vienen a usted y prosperan, y ciclos de fracaso, cuando se retira o se desintegran y usted tiene que dejarlas ir para dejar espacio a que surjan cosas nuevas, o para que ocurra la transformación. Si usted se aferra y se resiste a este punto, significa que está  rehusando seguir el flujo de la vida, y sufrirá.
   
 
   No es cierto que el ciclo ascendente sea bueno y el descendente malo, excepto en el juicio de la mente. El crecimiento se considera positivo habitualmente, pero nada puede crecer por siempre. Si el crecimiento, de cualquier tipo, continuara por siempre, se volvería eventualmente monstruoso y destructivo. Se necesita la disolución  para que pueda ocurrir nuevo crecimiento. Uno no puede existir sin la otra.
   
 
El ciclo descendente es absolutamente esencial. Usted debe fracasar profundamente en algún nivel o experimentado una pérdida o un dolor profundos para ser llevado a la dimensión espiritual. O quizás el mismo éxito se volvió vacío y sin significado y así resultó un fracaso. En este mundo, que permanecerá en el nivel de la forma, las personas “fracasan” tarde o temprano, por supuesto, y cada logro eventualmente se convierte en nada. Todas las formas son impermanentes
  Usted puede de todos modos ser activo y disfrutar el crear nuevas formas y circunstancias, pero no se identificará con ellas. No las necesita para obtener un sentido de sí mismo. No son su vida, sólo su situación vital.    Su energía física también está sujeta a ciclos. No puede estar siempre en un tope. Habrá época de energía baja así como otras de energía alta. Habrá períodos en los que usted es muy activo y creativo, pero también puede haber otros en los que todo parece estar estancado, cuando parece que usted no llega a ninguna parte, no logra nada. Un ciclo puede durar desde unas horas hasta varios años. Hay grandes ciclos y ciclos cortos dentro de los largos. Muchas enfermedades se producen por luchar contra los ciclos de la energía baja, que son vitales para la regeneración. La compulsión a actuar y la tendencia a derivar su sentido del propio valor y de la identidad de factores externos tales como el éxito, es una ilusión inevitable mientras usted esté identificado con la mente. Esto le hace difícil o imposible aceptar los ciclos bajos y permitirse ser. Así, la inteligencia del organismo puede tomar el control  como una medida autoprotectora y producir una enfermedad para  forzarlo a detenerse, de modo que pueda tener lugar la regeneración necesaria.
      La naturaleza cíclica del Universo está estrechamente ligada con la impermanencia de todas las cosas y situaciones. El Buda hizo de esto una parte central de su enseñanza. Todas las condiciones son altamente inestables y están en flujo constante, o,  como Él lo expresó,  la impermanencia es una característica de toda situación que usted pueda enfrentar en su vida. Estas cambiarán, desaparecerán o ya no le satisfarán. La impermanencia es también fundamento en el pensamiento de Jesús: “No guarden tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen y donde los ladrones entran y roban…”    
 
Mientras una condición se considere “buena” por la mente, sea una relación, una posesión, un papel social, un lugar o su cuerpo físico, la mente se apega a ella y se identifica con ella. Lo hace feliz, lo hace sentirse bien consigo mismo y puede formar parte de lo que usted es o de lo que cree que es. Pero nada dura  en esta dimensión donde la polilla y la herrumbre consumen. O termina o cambia o sufre un cambio de polaridad: la misma condición que era buena ayer o el año pasado se ha vuelto mala de repente o gradualmente. La misma condición que lo hizo feliz, lo hace entonces infeliz. La prosperidad de hoy se vuelve el consumismo vacío de mañana. El matrimonio y la luna de miel felices se convierten en el divorcio o la coexistencia desdichada. O la condición desaparece, así que su ausencia lo hace infeliz. Cuando una condición o situación a la que la mente se ha apegado y con la que se han identificado cambia o desaparece, la mente no puede aceptarlo. Se aferrará a la condición que desaparece y se resistirá al cambio. Es casi como si le arrancaran un miembro de su cuerpo.
    
 
 A veces oímos decir que personas que han perdido todo su dinero o cuya reputación se ha arruinado, se suicidan.  Estos son los casos extremos. Otros, cuando tienen una gran pérdida de un tipo u otro, simplemente se vuelven profundamente infelices o se hacen daño a sí mismos. No pueden distinguir entre su vida y su situación vital. Hace poco leí sobre una famosa actriz que murió a los ochenta y tantos años. Cuando su belleza empezó a desvanecerse y a ser devastada por la vejez, ella se volvió desesperadamente infeliz y se recluyó. También ella se había identificado con una condición: su apariencia externa. Primero, la condición le dio un sentido feliz de sí misma, luego uno infeliz. Si hubiera sido capaz de conectarse con la vida sin forma y sin tiempo de su interioridad, podría haber observado y permitido el marchitamiento de su forma externa desde un lugar de serenidad y paz. Más aún, su forma externa se habría vuelto cada vez más transparente a la luz de su naturaleza verdadera y sin edad que brillaba a través de ella, así que su belleza no se habría marchitado sino simplemente se habría transformado en belleza espiritual. Sin embargo, nadie le dijo que esto era posible. El tipo de conocimiento más esencial no es todavía ampliamente accesible.”

        
Páginas 177 a 180 de “El poder del Ahora” de Eckhart Tolle  Grupo  Editorial Norma- Buenos Aires 2000

miércoles, 7 de diciembre de 2011

FIESTAS DE FIN DE AÑO

  Ya se siente el clima de las fiestas, en la calle, en las reuniones donde de pronto nos escuchamos diciendo: Si no te veo, te deseo felices fiestas. Entonces algo ocurre. Los balances de fin de año, las ausencias o los proyectos no concretados aparecen mostrándonos su lucecita roja. Y todo eso otro que viene vaya a saber desde dónde y que aflora: emociones, recuerdos, impulsos.  Ya sabemos que lo que la sociedad nos ofrece está cercano al aturdimiento. Comprar y consumir objetos, y no sólo objetos sino situaciones esperables. Lo que falta y lo sabemos, es la conexión con nuestro interior y la fecha con su vibración privilegiada es lo que en verdad nos está propiciando, pero no es lo que la gente suele buscar. La mayor parte de los conflictos sobreviene porque no se combinó la cena aquí o allá, con este pariente o con este otro. Lo que yo percibo en estos días es esa sensación de que  las personas se persiguen a sí mismas persiguiendo acciones que en muchos casos no son significativas.  Las personas tratan de no estar solas físicamente hablando, se reúnen, a veces produciendo encuentros legítimos, pero otras tantas sólo para embriagarse o hacer ruido. Hay mucho ruido y ese es el problema. Lo que me pide mi interior es una gran dosis de silencio y como todos años me ocurre que no sé qué hacer, ni adónde ir. Y sé que no se trata de que cene con fulano o mengana. Este año más que nunca escucho una voz que me pide silencio. Y resulta irónico, todo el mundo habla de reunirse, te dice que no te quedes sola como si estar sola fuera una maldición. Sin embargo yo no encuentro silencio donde hay tanta gente, gente que suele no poder escucharse a sí misma. Tengo la absoluta convicción de que lo que todos necesitamos hoy más que nunca es parar el mundo. Hay una frase que dice con frecuencia en sus libros Carlos Castaneda: apagar el mundo. Para entrar en el espacio sagrado necesito apagar el mundo y no ensordecerme con él, en medio de él y en nombre de él. Cristo naciendo en un pesebre me parece una imagen perfecta. Los animales no hablan. Y por si esto fuera poco, a todo el bochinche se le suman los petardos y toda esa pirotecnia ensordecedora.  La energía que viene desde el 11-11 y, por supuesto, desde más atrás también, nos pide reconocimiento y conexión con el ser interno.  Para que algo nazca, algo nuevo, desde ya, necesitamos tener conciencia de aquello que debe morir en nosotros creando así el espacio necesario para eso que antes no estuvo.  El silencio es el territorio de la Divinidad. En el silencio donde parece no existir nada, podemos encontrarlo todo. Demasiada comida, demasiados objetos recién comprados, demasiadas acciones no hacen más que atiborrarnos. Eso es lo que siento, lo que pide mi alma, por ahora.