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jueves, 21 de noviembre de 2013

LA CLAVE DE ESTOS TIEMPOS


                    

   Leo en Un curso de milagros: Nada de lo que me rodea me es ajeno. Recuerdo la frase que solía repetirme mi reflexólogo holístico: El afuera es el adentro expandido. Y ya sabemos la famosa aseveración de que somos creadores de nuestro mundo. “Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera”. El otro, mi semejante me está mostrando lo que soy en un espejo a veces invertido. Como campo electromagnético que soy -y que todos somos- atraigo desde mi centro de gravedad por afinidad aquello que me rodea y, por una básica ley de correspondencia, lo que me rodea vibra en consonancia con lo que soy. El trabajo principal que se realizaba en Prashanti Nilayam en la India era justamente ese: ver de qué modo materializábamos el estado de nuestra mente. Sai Baba representaba nuestra conciencia superior y expresaba para cada uno de nosotros en su juego aquello que necesitábamos descubrir de nosotros para profundizarlo, de este modo Sai Baba era nuestro espejo y nuestra sombra. Por eso las materializaciones de objetos, anillos en su mayoría, tenían un sentido que respondía al proceso de aprendizaje de la persona que recibía el objeto o presenciaba la materialización. En otras palabras: aprender a mirarse en el espejo del mundo. Para mí esta correspondencia entre el adentro y el afuera es la clave de estos tiempos. Pareciera que las personas no supieran que su persona no termina en su cuerpo o en su campo áurico, desde la suciedad que hay en las grandes ciudades que es el entorno que construimos y habla de lo que somos hasta el enojo cotidiano. Yo diría que el enojo justamente es la expresión de este desconocimiento, de esta falta de responsabilidad que supone estar creando nuestro mundo circundante. Vamos  produciendo símbolos en el mundo mientras vivimos y hay señales que marcan el proceso de nuestra evolución. Sin embargo aunque ese afuera es parte de lo que somos no lo registramos como tal y entramos en lucha, el enojo es la expresión de esa lucha. El enojo tiene múltiples maneras de manifestarse y de mostrarse también de múltiples maneras. Enojo es fastidio, irritabilidad, falta de aceptación, odio, resentimiento, todo tiene su origen en el enojo. Y el enojo nace porque creemos que el afuera nos es ajeno. Y lo más curioso es que nosotros lo estamos construyendo. En estos últimos días  he escuchado a personas que se quejan de sus empleados, de sus amigos, de su familia, de la gente que anda por la calle como si en principio no hubiesen sido atraídos por una parte de su propia persona. Louise Hay afirma que somos responsables de la gente que atraemos a nuestra vida. Es  un rasgo de egocentrismo limitar lo que somos a una porción tan reducida a la palabra “yo”. Si nos separamos del entorno y nos diferenciamos de él vivimos en la dualidad, dejamos de integrarnos a un sistema mayor del cual formamos parte. Y así perdemos la perspectiva de las conexiones que nos permiten comprender cómo funciona el universo. Esa es la clave principal de estos tiempos, percibo como una suerte de ceguera y una lucha sorda en la gente que se queja del afuera una y otra vez y en casi todos los casos aquello que es cuestionado suele ser su rasgo fundamental de carácter. Aquello que critico es lo que más necesito modificar en mí  De un modo inevitable me surge la imagen de San Francisco de Asís que había comprendido esta premisa perfectamente, en la película sobre su vida dirigida por Liliana Cavani hay una escena estupenda en la que el personaje de Francisco descubre que pudo vencer el rechazo, que por fin ama todo, acepta todo como parte de una unidad que no tiene contradicciones en sí misma. Así como un sistema ecológico no puede prescindir de sus elementos sin perder su armonía, el universo también y nuestro sistema de vida personal, en absoluta consonancia con esa ley que todo lo rige.


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miércoles, 6 de noviembre de 2013

ESTRUCTURAS HORIZONTALES O VERTICALES


                    
                                       La pequeña torre de Babel de Peter Bruegel el viejo 1563     

Todo, ya sea un grupo humano,  familia, pareja o un conjunto de células necesita un modo de funcionamiento. Todo lo que nace, vive y se desarrolla en función del conjunto,  muere cuando es ineludible para que el sistema se renueve y así dar lugar a  la transformación y, por supuesto, pasa necesariamente por etapas en las que se mantiene constante. Lo contenedor o grande es la estructura,  su mínima expresión son los átomos. Los átomos,  tanto en los organismos vivos como en la materia, están en movimiento continuo, ese movimiento se acopla al movimiento de las estructuras que lo contienen. Esas estructuras necesitan de un sistema que es  la manera en que los elementos que la integran se relacionan en el movimiento.  Hay sistemas ligados al funcionamiento de la naturaleza, del universo, que siguen un patrón horizontal, vale decir en el que todos  sus componentes se interrelacionan armónicamente y cumplen su función. La horizontalidad en su forma de relacionarse les permite precisamente interactuar sin imponerse uno sobre otro, sin aplastarse digamos en términos metafóricos. Por otro lado hay un sistema de modalidad vertical que se rige por el predominio de un elemento  sobre los restantes  que determina las peculiaridades de  su comportamiento, los restantes se subordinan a este mandato. Hemos vivido en sociedades que pertenecen a este último  modelo de comportamiento, la perspectiva histórica nos permite reconocer la llamada era pisciana que se perfila ya en sus finales con sus guerras, enfrentamientos, colonialismos, países dependientes del poder omnímodo de los imperios de turno y  las comprensibles derivaciones de lo que eso trae aparejado. Este modelo político ha tenido  inevitablemente su correlato en los grupos humanos, como no podía ser de otra manera, por una simple ley de correspondencia. Así las familias, las organizaciones, las parejas y los distintos grupos humanos se alinearon a  este modo de funcionamiento a la que las feministas llamaron “patriarcal”. Las consecuencias de este funcionamiento las hemos visto en los  continuos desequilibrios y  en el sufrimiento humano.  Ante todo este sistema patriarcal de prevalencia de energía masculina contraría las leyes naturales, el de energía femenina, horizontal y los resultados están a la vista y se ha hablado ya mucho de ellos por las alteraciones en los ecosistemas, el clima etc. etc. etc. El problema es que aún, los humanos estamos viviendo los coletazos de un sistema patriarcal que hace agua por los cuatro costados y lo seguimos padeciendo aunque proclamemos estar encaminados en sendas espirituales o en la militancia del medio ambiente o en la profundización de terapias psicológicas modernas. Seguimos atrapados en el viejo modelo porque el cambio se produce en etapas, en ciclos y al parecer por ahora no se ha producido la posibilidad de que la conciencia colectiva dé un salto absoluto y lo comprenda todo. Así es que yo misma me he visto inmersa en grupos en los que la característica predominante ha sido el poder del coordinador que cobijándose en una supuesta regla disciplinaria intentaba controlar a los asistentes, restringirlos, achicar su aura, limitarlos en nombre de algo superior. Ese conocimiento superior sin duda existía, invocarlo nos involucraba a todos, el problema es que el sistema de funcionamiento grupal desdecía esos principios superiores porque la coordinación de ese grupo humano  se establecía  bajo las viejas pautas. Por ese motivo  el grupo se articulaba manteniendo  la relación exclusivamente entre cada uno de los integrantes y el polo de poder que estaba en la cúspide, el del coordinador.   Grupos regidos por este  tipo de sistema producen un fenómeno lamentable: inhiben la  vinculación entre sus miembros porque  esa es la característica propia del modelo patriarcal: funcionar  en relación con el vértice; basta observar el modelo militarista para comprenderlo. Así, abolida la relación horizontal,  los integrantes del grupo no se  perciben  entre sí, todo gira en torno a la decisión de la coordinación. En muy común en estos grupos que cuando un integrante se va,  cuando abandona el grupo, la angustia, natural y humana que  suele producirse en los que permanecen en el grupo sean negadas. No hay reconocimiento de las identidades particulares. En términos muy modernos se habla de comportamiento sectario, sin llegar a los extremos de las sectas religiosas más radicales,  sin embargo en grupos humanos religiosos o no se reproduce en menor grado el mismo comportamiento. El justificar cada una de las actitudes en nombre de un poder superior le permite al coordinador actuar de controlador y regidor de las conductas. Nadie puede estar en contra de la disciplina, pero la disciplina no es represión, reconocer la diferencia es la condición fundamental que permite diferenciar un grupo de estructura horizontal de uno vertical.  En un grupo de estructura horizontal existen las voces individuales. Cuando un coordinador exige silencio, habla todo el tiempo de sí mismo, pontifica las conductas de unos y repudia las de otros aunque sea encubiertamente, está dividiendo al grupo y ensalzando su figura, en tanto se presenta como depositario de un saber. Estos son típicos recursos empleados para sostener el sistema patriarcal. Y desde ya no está ausente la crítica que opera como anulador de uno de los polos, en vez de integrarlos  el resultado de esta crítica es el sometimiento.   La crítica suele estar dirigida generalmente a los que no pertenecen al grupo o los que lo abandonan,    mediante este recurso el mal  o el error se coloca afuera. Se impone la dualidad que encierra a los integrante en una suerte de cárcel o sistema cerrado. Es importante destacar que sin  el ingrediente básico de la crítica este modelo no se sostiene. Quien critica se ubica en el lugar de autoridad incuestionable. Claro que, por supuesto, una vez instalado el recurso de la crítica, esta se desplaza de uno a uno entre los integrantes y se convierte en un estilo de relación. El juicio de valor, la condena y la rivalidad entre compañeros se instala. La idea del mal y del bien perfectamente delineada, bipolar  apuntala el andamiaje verticalista. Entonces todo se basa en la mente, en las ideas y van desapareciendo poco a poco la solidaridad, las muestras de ternura y la competencia y la autoafirmación del ego individual como espejo del coordinador prevalecen. Recuerdo la educación de mi escuela primaria y hasta del catecismo  que respondía a este modelo que ha dado muestras no sólo de destruir al planeta, porque va en contra de toda lógica natural de funcionamiento sino que ha destruido familias, personas, emprendimientos, países. Por fortuna le queda poco tiempo al patriarcado, sin embargo debemos reconocer que en este tiempo maravilloso de grandes cambios aún estamos aprendiendo a despedirnos de él.
      No es casual que en este momento de desarticulación del modelo rígido de energía masculina se refloten los fundamentalismos en sus muchas variantes, es el manotazo de ahogado del sistema, sus coletazos  finales antes de darle cabida a un orden más armónico y respetuoso de la vida. Tengamos en cuenta que las personas somos víctimas de los modelos,   aunque desde ya podemos cambiarlos, decodificándolos,  simplemente tomando conciencia.  Es muy triste cuando estos modelos antiguos se perpetúan en nombre de la evolución de la conciencia o de un supuesto camino espiritual, cuando confiadamente formamos parte de estos grupos creyendo que avanzaremos en nuestro camino de conocimiento y lo único que hacemos es apuntalar  el modelo del viejo paradigma. Es muy doloroso descubrir que lo hemos estado sosteniendo en su agonía. Y de eso  también somos responsables.

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