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viernes, 6 de noviembre de 2015

DE LA UNIDAD A LA COMPRENSIÓN

                                     

 Sólo comprendiendo el sentido de unidad de todo lo  que existe, podremos entender que el Universo tiene un propósito y que por correlación inevitable nuestra propia vida está cargada de sentido.  ¿Por qué una cosa no puede ser separada de la otra? Por una concepción patriarcal, exteriorista, prevalece la idea de que todo viene de afuera como la orden caprichosa de un jefe o de un dios autoritario. El modelo de pensamiento se ha basado justamente en esta premisa: el esquema exterior o ajeno nos moldea. Y eso parecía provenir de una voluntad voluble. Pero cada uno de los hechos que experimentamos proviene del peso de gravedad de nuestro  propio centro que se materializa en un afuera. La ley de correspondencia entre el afuera y el adentro, entre el arriba y el abajo no puede operar si no existe primero un principio de unidad aglutinante que impone su  premisa. Por eso para comprender el sentido de nuestra vida y las profundas motivaciones de lo que nos sucede, es imprescindible que experimentemos ese sentido de unidad, de lo contrario podemos caer en un sentimiento de autocompasión o de resentimiento o de enojo que es el germen de la mayor parte de las energías negativas que producen nuestras emociones y que parte de una reacción a lo que sucede, de una no aceptación.  Y no aceptamos cuando no comprendemos. Como probablemente el sentido de unidad no puede ser percibido cotidianamente en un mundo que tiende a separar, a oponer, a dividir, es necesaria la experiencia espiritual que viene de la práctica constante. La práctica de una disciplina espiritual es el camino, no vislumbro otro por el momento, salvo el de la gracia que no es muy frecuente. La meditación, el empleo del cuerpo en sus variadísimas posibilidades como búsqueda de equilibrio, la contemplación de la naturaleza, el canto, la música, el desarrollo de una actividad artística, la lectura o el conocimiento de un pensamiento totalizador o abarcativo pero no desde una modalidad mental o racional sino sensible, los sistemas variados de imposición de manos, la plegaria, en fin,  la clave es detener el mundo para conectarnos con ese otro plano es la forma que hoy por hoy está a nuestro alcance. La práctica debe ser continua, disciplinada, aunque se nos presente repetitiva, no existe la monotonía ni la repetición si no dejamos que la mente tome el control. Todo es nuevo a cada instante. A mayor experiencia de la unidad, mayor la distancia que nos separa de la violencia en todas sus manifestaciones porque el hilo que une cada una de las cosas que nos habitan y habitamos muestra su trayectoria y nos señala responsables, autores únicos de nuestra vida.  Si experimentamos la unidad no hay contra qué ni quién enojarse. Obviamente según el nivel de conciencia se experimentan diferentes grados de esa unidad.  Y sin el principio del enojo que es como una semillita no habrá resentimiento ni odio ni fastidio ni ofensa ni envidia. Para poder brillar deben acompañarnos con sus brillos los demás, una lucecita ardiendo en medio de una inmensa oscuridad tarde o temprano se debilita. Todo está conectado y para que funcione hay leyes que lo sostienen en sus delicadísimas  conexiones, comprender esas leyes es experimentar la unidad y experimentar es saber que somos seres trascendentes, seres que hoy están aquí pero han nacido para dar un paso más allá. Ese “allá” está también dentro de nosotros en este momento. Es un después y es un ahora y es un antes, todo está en nuestro interior y el a veces mal llamado camino espiritual  al que prefiero denominar  de autoconocimiento es el acceso.
                       
  



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