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jueves, 7 de mayo de 2015

LOS DISFRACES DE LA DUALIDAD

  
                   

                                                             Obra de Eva Armisén

Hay una escena en la obra de teatro de Tato  Pavlovsky  “El señor Galindez” en la que el torturador que estuvo masacrando a un pobre ser, retorna a su casa y despierta a su hija para regalarle una muñeca. Tengo la vaga idea de que, hace muchos años participé en una discusión o intercambio de opiniones sobre el sentido de esa acción que parecía marcar un contraste. Se interpretaba despertar a la niña como un acto más de crueldad pero yo creo que  ante todo es un indicio de la dualidad en la mente de este personaje. Algo debe indicarle, algo que reprime con fuerza que su acción de torturar a un ser humano es incorrecta, objetable, inhumana y necesita taparla para creerse buena persona porque claro, del mismo modo en que los nazis mataban judíos y gitanos y luego amaban a sus perros, este señor torturador necesita convencerse  imperiosamente de que desde algún punto de vista su acción es por lo menos necesaria. Una falsa creencia debe soportar un accionar incorrecto, de lo contrario el buen sentido marcaría el error y lógicamente, la falsa creencia se instala en una mente sin conciencia, en una mente dual. La mente dual divide al mundo en buenos y malos, en seres aceptables y dignos de amor y en otros despreciables y merecedores de castigo, funciona así.  El problema es que la persona que tiene una mente de esta clase se mide a sí misma por el bien que le hace a quien acepta, pero no ve el daño que inflige a quien odia. Y necesita ante todo esa polaridad porque su mente no conoce otro modo de funcionamiento. Ahora bien, en ese juego de polaridades el odio es muy grande y necesita para justificarse de la compensación de su contrario. El odio y sus variantes: el resentimiento, el rencor, la hostilidad, etc. Pero el bien que se le prodiga al aceptado no es realmente amor sino mecanismo compensatorio y reactivo de una conducta. El amor sólo nace de la conciencia y de la unidad. Del mismo modo una persona que para sentirse importante se ubica en el lugar de dador y escoge siempre a personas débiles convirtiéndose en proveedor no es solidario, está actuando desde su ego, necesita fortalecer su creencia de dominación y poder. Tarde o temprano estas personas muestran su polaridad negativa criticando al otro, sintiendo rencores, envidias y toda clase de variantes de la polaridad negativa. Cuando hay amor no hay discriminación sino un dar sin juicios ni sectorizaciones. Por eso se insta a la gente a amar más allá de las ideas y de las diferencias, a todos los seres, a todas las cosas del mundo. En la medida que exista división y parcelamiento en la mente, habrá de manera ineludible, emociones negativas que la persona busca disfrazar con acciones o autoconvenciomientos. Es necesario que trabajemos nuestro sentido de unidad interior para que nuestras acciones sean verdaderamente solidarias y que resulten actos de desprendimiento y no meras manipulaciones de la energía para satisfacer nuestro ego. El camino de la búsqueda de la unidad es un camino arduo pero todos podemos acceder a él, en principio reconociendo que todos los seres humanos  somos luz y que aunque  estemos muy desarmonizados  podemos en algún momento comenzar a transmutar  nuestras divisiones internas. Dar es un buen acto pero la actitud del dar es lo que se evalúa, el sentido que moviliza esa acción. El lugar del dar es un lugar de poder, y hasta cómodo si se quiere. Dar como forma de equilibrar las energías planetarias sin que eso implique un reconocimiento por parte de nadie, dar sabiendo que eso que damos es lo único que vamos a llevarnos de este plano en el momento de desencarnar. El dar como ese personaje del torturador de la obra de Pavlovsky  no es más una manifestación del propio poder para alimentar el ego y sofocar la culpa. Egocentrismo es separación y división de la conciencia. Cuando damos sin esperar nada no entran  en juego los juicios de valor sobre los demás, no entra nada más que la alegría de celebrar la vida y de sentir que pasamos por aquí dejando algo un poco mejor de cómo lo encontramos al llegar.

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