Interesante enfoque del ambientalista y escritor argentino Antonio Brailovsky, destacado investigador sobre temas ecológicos que suma una visión esclarecedora, autor de importantes ensayos sobre el tema y escritor literario de envergadura. Me impresionó porque descubrí mi automatización o esquematización con respecto a eso, amo a los animales, soy vegetariana desde hace casi treinta años, estoy a favor del proteccionismo de las especies y del sostenimiento de los derechos del animal y jamás había pensado en esto. El estereotipo de los mártires cristianos al principio de nuestra era arrojados a la arena de los leones no me había llevado a pensar en la suerte de ellos, los derechos humanos se habían impuesto por encima de los del animal. Poder integrar ambas miradas sin duda favorece la expansión de nuestra conciencia.
Había razones políticas para matar muchos elefantes.
Mosaico romano en Piazza Armerina, Sicilia
(Foto: Antonio Elio Brailovsky)
Estamos habituados a condolernos de los primeros mártires
cristianos y admirar su coraje al enfrentar a los leones y morir por su fe.
Tanto, que eso nos lleva a olvidar a los otros protagonistas de la misma
tragedia. ¿Nos preguntamos, acaso, qué les pasó a los leones? Les sucedió lo
mismo que a los santos, sólo que un instante después, ya que el circo romano
fue una de las más formidables máquinas de muerte de la Antigüedad.
Roma era un sitio incómodo para vivir, con
hambrunas e inundaciones, con pestes, incendios y derrumbes. Para entretener a
la gente que sufría éstas y otras calamidades, y para garantizar el apoyo
político a las figuras de turno, se inventa la fórmula de panem et circensis,
aludiendo al reparto público de trigo y a la reiteración de espectáculos
sangrientos que servían para canalizar la violencia colectiva. Y no era sólo el
Coliseo: todas las ciudades romanas tenían sus arenas, aún las ubicadas en las
colonias de España o de África.
El Imperio necesitaba de enormes batidas de caza
en toda su periferia para alimentar el espectáculo. Era necesario llenar los
circos de todas las ciudades romanas de animales de gran porte, los únicos que
podían ser vistos a la distancia por miles de personas. Se trata de aquellos
que son más escasos en la naturaleza. Ya en el 51 AC , Marco Tulio Cicerón,
procónsul en Sicilia (base de operaciones para las cacerías en África) recibe
una carta en la que le indican que sería deshonroso para él si enviara menos de
diez panteras a Roma. Contesta desconsolado: "Con respecto a las panteras,
los cazadores se están ocupando de ellas atentamente bajo mis órdenes, pero su
número es extraordinariamente limitado".
Por la abundancia de fieras que hemos visto en
el cine, a menudo nos cuesta percibir hasta qué punto algunos de estos animales
son realmente escasos (especialmente los grandes carnívoros). Por ejemplo, se
estima que una extensión de selva como la del Parque Nacional Iguazú no podría
sostener más de veinte yaguaretés[1], (que son parientes cercanos de las panteras).
Se comprende, entonces, la inquietud y las dificultades de Cicerón.
EL
LLANTO DE LOS ELEFANTES
Había importantes motivos
políticos para matar elefantes en el circo romano. Y es que los elefantes
habían sido las armas que aterrorizaron y destruyeron la infantería romana en
las guerras en Asia y África. Fueron el arma estratégica con que Aníbal derrotó
las legiones de Roma. Durante la primera guerra púnica, L. Cecilio Metelo logra
capturar 140 elefantes que lleva al continente transportándolos en balsas
fijadas encima de botes. La operación es arriesgada, pero es necesario mostrar
al pueblo la victoria de los legionarios sobre esos monstruos.
En los juegos organizados por
Pompeyo en el 55 AC ,
"Plinio describe ante todo escenas lamentables de elefantes heridos (el
elefante que, con los pies perforados por los dardos de los gétulos, se
arrastra sobre las rodillas); el elefante muerto por un sólo venablo
hundido bajo el ojo) y un intento de fuga general por parte de los paquidermos
asustados. En aquella ocasión, sin embargo, habiendo perdido ya toda esperanza
de fuga los elefantes intentaron el recurso de los afectos y conmocionaron a
los espectadores, asumiendo una actitud tal que hace pensar que se
pusieron a llorar. Sus lastimosos berridos provocaron tal turbación en la
multitud que todos, olvidados de la presencia de Pompeyo, se levantaron
llorando y comenzaron a maldecir al magnífico organizador de los juegos"[2].
En el circo había
avestruces, leopardos y leones. En el último siglo de la República , se agregaron
hipopótamos, cocodrilos y rinocerontes. César mandó un lince de Galia, Augusto
exhibió rinocerontes africanos y tigres de la India , y Nerón se dio el gusto de mostrar osos
polares cazando focas: "Dio una naumaquia en la que se vieron monstruos
marinos nadando en agua de mar"[3]. Los emperadores romanos acostumbraban
bajar al circo para matar fieras personalmente. El más apasionado de esta
actividad fue Cómodo (el mismo que aparece representado en la película Gladiator): "no había animal
que huyese de su furia, desde los salvajes (leones, tigres, panteras, osos,
elefantes, hipopótamos, rinocerontes) hasta los inofensivos (ciervos, gamos,
avestruces y jirafas). Los hipopótamos eran su pasión, tanto que logró ejecutar
a cinco de ellos en una sola oportunidad"[4].
Estas excentricidades afectaron la fauna en forma
significativa. Una exhibición común y corriente podía arreglarse con un
centenar de animales, pero tenemos algunos récords interesantes: Augusto hizo
matar 3.500 animales en 26 espectáculos. En la consagración del Coliseo, bajo
Tito, se mataron 9 mil en cien días. Y la conquista de Dacia por Trajano fue
celebrada matando 11 mil fieras.
Tenemos que aclarar que estas cifras muestran
sólo una parte pequeña del efecto del circo romano sobre la fauna. Por razones
que hacen a la lógica del espectáculo, sólo se admitían animales vivos y sanos.
Pero no todos llegaban en ese estado.
Lo habitual es que, por cada animal que llega
vivo a su destino final (y esto vale también para los zoológicos actuales y las
empresas de venta de simpáticas mascotas silvestre), los que lo capturan se
vean obligados a matar a unos cuantos que, por ejemplo, estaban defendiendo sus
crías. A esto se agrega la mortandad provocada por el estrés del cautiverio y
el transporte, lo que multiplica en varias veces la cantidad de animales que
efectivamente se pierden [5], [6].
Existen mosaicos romanos que describen
minuciosamente las escenas de caza, lo que nos permite seguir las técnicas
utilizadas. Están en Piazza Armerina, Sicilia, en una mansión que parece haber
sido de un importante proveedor de fieras para el circo de la época imperial.
Pueden verse los jinetes que conducen ciervos hacia una trampa de redes; un
jabalí perseguido por los perros, que termina, en una escena siguiente, atado y
llevado cabeza abajo por dos hombres que lo sujetan con un palo. Hay también un
bisonte enlazado y arrastrado por los cuernos; una tigresa llevada con bozal y
arnés; un rinoceronte conducido con cuerdas y un avestruz llevado en brazos,
como si fuera un ganso. Una carreta de bueyes arrastra una jaula y un cazador
recibe sobre su escudo el ataque de una leona herida.
Antonio Elio Brailovsky
Es posible bajar el libro de este autor "El ambiente en la civilización grecorromana" en este sitio
https://www.dropbox.com/s/qp48