Sabemos que en esta sociedad mercantilizada
todo se trata de vender y comprar, es el leit motiv del mercado que rige
modos y comportamientos o al menos intenta hacerlo en la medida que nos dejemos
absorber completamente por esa tendencia. Desde hace décadas han sido los
jóvenes de algunos países centrales en Occidente quienes, con ideas
innovadoras, se plantaron frente al modelo mercantilista y propusieron otras formas de vida basada en valores en vez de considerar a las
personas como mercancías y al optar por ellas se propusieron como ejemplos de
vida. Así surge el hipismo de los sesenta que de algún modo recicla el modus
vivendi y las cosmovisiones orientales, movimiento para el cual el no consumismo es
una pancarta fundamental. Obviamente países altamente industrializados como
Estados Unidos o Gran Bretaña en la carrera loca que el capitalismo ha
emprendido en generar cada vez más objetos de consumo para lo que necesitaba
con el fin de continuar funcionando mayor cantidad de consumidores, vale decir clientes,
personas que enamoradas del sistema creyeran en él, estuvieran convencidas de
que tener estatus supone valía personal y que el estatus depende exclusivamente
de la capacidad monetaria. Las personas embarcadas en esa carrera se desvivían
por ganar más y más dinero y en este desvivirse perdían salud, tiempo de
comprensión y profundización de su existencia y la posibilidad de compartir
tiempo con sus seres queridos viviendo una suerte de existencia enajenada en
pos de algo tan efímero como esa gloria de parecer rico a toda costa. A partir
de estos cuestionamientos surgen movimientos posteriores al hipismo que
proponían vivir un
poco al margen, sin comprar tantos artículos suntuarios innecesarios, los
nuevos grupos no se disponían a salirse del grupo productivo de la sociedad como los hippies sino que
permanecían en sus trabajos pero haciendo caso omiso del modelo mercantilista, sin dejarse invadir
por la publicidad, comprando lo necesario, trabajando menos horas para así dedicarlas
al autoconocimiento y enriquecer los vínculos familiares y el mundo de los afectos. Somos muchas las
personas que hemos comprendido que nuestra identidad y nuestro valor personal
no está en una imagen de persona exitosa que le ofrecemos al mundo,
comprendimos que el consumo excesivo nos lleva al deterioro del planeta y a la
pérdida de las fuentes de energía no renovable de las que lamentablemente aún
dependemos como el carbón y el petróleo, sin embargo da la impresión de que el
sistema con su pérdida de valores humanos, con su concepto de cosificación de
la persona ha encontrado un nuevo modo de penetración. Hoy por hoy en Occidente
el común de la gente no es la opulencia económica la que intenta ostentar sino
una imagen de sí misma que se brinda hacia el afuera y no importa el contenido,
importa la imagen en sí en tanto se repita y se multiplique. Precisamente la reproducción de mercancías es la clave del capitalismo. Lo que se reproduce ahora indiscriminadamente es la imagen corporal. Basta con echar
una mirada a las redes sociales para comprender que las personas se dan
existencia a sí mismas a través de la exposición continua de su figura. Incluso
en sectores con mayor grado de conciencia como el de los artistas, la necesidad
de darse existencia replicando hacia el exterior la propia imagen es
abrumadora. La idea de éxito social parece haber descendido a ese umbral. Es
cierto que todo sistema al ser nuevo para ser incorporado por nuestra
conciencia necesita del uso y del abuso al principio, me refiero a las redes
sociales y al impacto de la aparición de Internet, pero aquí estamos frente a
otro hecho, daría la impresión que ante la despersonificación propia de las
grandes ciudades las personas necesitan individualizarse, hacerse visibles pero en
esto hay una trampa, ha llegado un punto que esa necesidad de mostrarse se está
convirtiendo en una forma de creación de identidad ficticia. Un poco como esas
personas que viven excesivamente una vida social, apareciendo en todos lados,
siendo simpáticos todo el tiempo, vendiendo su propia imagen tal vez por un
deseo exacerbado de ser aceptados, sin considerar que nadie puede caerle bien a todo el mundo porque en
ese caso no existiría diversidad y si no existiera diversidad no existiría vida
tal como la conocemos, la vida necesita de la complementariedad, de los
cambios, de los oposiciones para que se sostenga el movimiento de las energías. Podríamos pensar que nuestro sistema apoyado en la compra y venta de
mercancías ha desplazado su funcionamiento al eje de la persona en su figura
humana. La gente vende su imagen para obtener la migaja transitoria de una aceptación,
del mismo modo que la publicidad nos machaca una y otra vez con la misma imagen
y relato del producto que nos quiere vender, nosotros lo hacemos con nuestra
figura sin reparar que ese ejercicio va operando sutilmente en nuestra
conciencia. Daría la impresión de que cuanto más se replica la imagen de una
persona, más relevancia en el tejido social adquiere ante los ojos de los
demás. Un modo de ser socialmente aceptado es recurrir a la repetición, el mecanismo básico de la publicidad que promueve la venta de artículos, base
del sistema mercantilista. Y la repetición, como tal, es masificación. Lo que
la gente vende al replicar su imagen es la idea de éxito social. En realidad es
un método tan barato como falso. Sabemos que lo mundano es pura cáscara, puede
desaparecer de un momento al otro, se trata de algo sumamente frágil. Lo que puede sustentar
nuestra vida está muy lejos de ese tejido quebradizo. No somos un cuerpo así
como no somos una cuenta bancaria. Esto último parece que lo
hemos comprendido pero en este camino de evolución, inmersos en un modelo de
funcionamiento es recomendable que reparemos en las estratagemas de nuestro ego
que siempre intentará hacernos creer que somos lo que en realidad no somos.
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