En un reportaje al cantautor argentino Facundo Cabral realizado por la
revista Hecho, Cabral dice que desconfía de la aglomeración de
gente, opina que la gente se junta por miedo a estar sola. Yo
pienso algo parecido, en un gran porcentaje es así: somos muy poco
conscientes de casi todo lo que hacemos por nuestro bajo nivel evolutivo, al parecer
la mayor parte de nuestro conocimiento es inconsciente y nos manejamos con
patrones mentales. Sólo vemos aquello que conocemos con antelación, no podemos
percibir el cambio del mundo. De modo entonces que al ver a la otra persona
¿qué vemos? Vemos una proyección de lo que nosotros somos. En realidad no
estamos con otros ni vemos a los otros sino que vemos en el otro
nuestra propia sombra, esa zona negada de nuestra interioridad. Esto que
digo además de ser inquietante, desacomodador o incómodo es difícil de
captar, me sucede que intuyo lo que estoy diciendo, pero una parte de esto
queda ajena a mi saber. Nos encontramos en un momento de bisagra en nuestro
camino de evolución. Sabemos que hay formas viejas en lo social, en nuestro interior,
en nuestro modo de percibir el mundo, pero ese saber es apenas una intuición
que nos permite reconocer el error sin que aún encontremos un modelo nuevo de
comportamiento, de percepción del mundo o de autopercepción, es decir sobre
nuestra propia idea de ser humano. Por eso aglutinarnos y confundirnos con
otras personas puede ser un modo de continuar esta cadena de proyecciones, es
decir de imposición de lo conocido, de lo ya aprehendido a lo que por
naturaleza es nuevo. Así, al convertirnos en masa, fortalecemos viejos esquemas
mentales. La otra persona no es ni buena ni mala, es en tanto establece
una relación con lo que yo soy, de esta manera el otro resulta de una
combinación y es lo relacional lo que permite la aparición de una cualidad. Yo
no soy la misma persona con un pariente por ejemplo que desde niña me ha
cargado sin querer de una serie de adjetivos negativos o cuestionadores que con
una amiga que me acepta o me valora. El campo mental que la otra persona trae
se combina con mi propio campo mental y se crea un nuevo campo. Los maestros
espirituales suelen insistir en la importancia de escoger las relaciones
humanas, hay una frase de Buda que sugiere que si tu propia madre
te impide avanzar en el camino espiritual debes alejarte de ella. Y esto no
significa matar simbólicamente a nadie sino resguardar nuestro campo
mental de influencias densas. Esto nos lleva a replanterarnos la cuestión del
egoísmo. La solidaridad que me exige ayudar al débil necesita de mi fortaleza y
si la derrocho en pos de una conveniencia social estoy
faltando a la solidaridad humana básica. No existe mayor servicio para
el planeta que una conciencia dispuesta a evolucionar. ¿Quién soy yo
cuando estoy con Fulano? ¿Quién soy yo cuando estoy con Mengano? ¿Quién soy
realmente cuando formo parte de este grupo humano? ¿Necesito de la presencia
física del otro para sentirme menos solo o sola? ¿La presencia física de la
otra persona me permite calificar como negativo, colocar rasgos
desfavorables allí afuera, porque no soy capaz de reconocerlos en mí
misma? Los grupos humanos aún hoy siguen funcionando como salas de espejos
donde unos se reconocen en los rostros que los miran,
aunque también donde niegan su propia sombra proyectándolas en los demás. No deja de llamarme la atención las prevenciones que tiene
la sociedad hacia la gente que vive sola o anda sola por ahí. Y si es mujer
mucho más. En las películas norteamericanas típicas desde “Atracción
fatal” hasta la serie de detectives con asesinos seriales, la persona que
vive sola aparece por lo general cargada de rasgos paranoicos, fóbicos y
destructivos. En contraposición la visión antigua de la persona que
vive sola es la del sabio, la del ermitaño, la de aquellos seres que
marcan una brecha nueva para que otros puedan transitarla. Resulta
inevitable volver a la imagen de San Francisco de Asís que al alejarse
físicamente de su ciudad, se aleja de las convenciones y pactos sociales de una
burguesía naciente, se aleja de la herencia paterna, de la ley patriarcal, del
deber ser y de la misma iglesia para renovarla luego y volver a ella. Es
el ejemplo más nítido de lo que estoy tratando de expresar. En la figura de San
Francisco podemos descubrir que no existe renovación genuina si en algún
momento no nos alejamos del aglutinamiento humano masificador.
Cabe preguntarse por qué la sociedad moderna occidental ha convertido a las personas solitarias en amenazas. ¿Qué es lo que se está amenazando? Quizá un modo de conocimiento, de búsqueda de una verdad que la masa anestesia y ya sabemos que la sociedad moderna está regida por las leyes de avance material y el lucro y las personas pensantes atentan contra los intereses comerciales de las grandes empresas. Si nos atenemos a los mensajes publicitarios podemos descifrar los patrones de comportamiento que la sociedad tiene y promulga, y es indudable que el descubrimiento de verdades interiores no coincide con sus intereses y sus metas. Encontrar el eje que organiza todo nuestro funcionamiento interior puede hacerse sumamente difícil y hasta imposible en medio del bullicio y el amontonamiento humano. Por otra parte qué le podemos dar al otro si no sabemos quiénes somos. Tal vez sea este el momento en el que cada uno debe encontrarse primero consigo mismo para luego encontrarse con los demás, ese es el orden y no al revés, primero la conexión interna y luego la interconexión. Ciertamente la relación con otras personas es una vía de acceso al personal universo interior en tanto y en cuanto no tapone la vinculación interna anestesiándome en el juego de proyecciones sociales.
Las brujas de la Edad Media quemadas en la hoguera no escapan a este perfil de aislamiento y rechazo a la figura humana solitaria. Es verdad que las grandes empresas en la historia la hicieron los grupos humanos, pero fue necesario que un líder se conectara consigo mismo y con una serie de valores para que el grupo humano cumpliera con su misión. Gandhi o la Madre Teresa son primero fruto de su autoindagación o de su autoconexión con los valores religiosos y luego gracias a ello manifestaron su tarea en el mundo. Gandhi estaba solo con su conciencia en los ayunos y la Madre Teresa estaba sola, sola en el Cristo interior, cuando se reclinó hacia la tierra a levantar al primer leproso en las calles de Calcuta. Para poder estar genuinamente con los otros necesitamos estar primero solos con nuestra interioridad. Claro que cuando logramos ese acceso a nuestra profunda interioridad descubrimos que la soledad no existe, sabemos entonces que la única soledad es la de cuerpos físicos distantes de otros cuerpos humanos, sólo eso.
Cabe preguntarse por qué la sociedad moderna occidental ha convertido a las personas solitarias en amenazas. ¿Qué es lo que se está amenazando? Quizá un modo de conocimiento, de búsqueda de una verdad que la masa anestesia y ya sabemos que la sociedad moderna está regida por las leyes de avance material y el lucro y las personas pensantes atentan contra los intereses comerciales de las grandes empresas. Si nos atenemos a los mensajes publicitarios podemos descifrar los patrones de comportamiento que la sociedad tiene y promulga, y es indudable que el descubrimiento de verdades interiores no coincide con sus intereses y sus metas. Encontrar el eje que organiza todo nuestro funcionamiento interior puede hacerse sumamente difícil y hasta imposible en medio del bullicio y el amontonamiento humano. Por otra parte qué le podemos dar al otro si no sabemos quiénes somos. Tal vez sea este el momento en el que cada uno debe encontrarse primero consigo mismo para luego encontrarse con los demás, ese es el orden y no al revés, primero la conexión interna y luego la interconexión. Ciertamente la relación con otras personas es una vía de acceso al personal universo interior en tanto y en cuanto no tapone la vinculación interna anestesiándome en el juego de proyecciones sociales.
Las brujas de la Edad Media quemadas en la hoguera no escapan a este perfil de aislamiento y rechazo a la figura humana solitaria. Es verdad que las grandes empresas en la historia la hicieron los grupos humanos, pero fue necesario que un líder se conectara consigo mismo y con una serie de valores para que el grupo humano cumpliera con su misión. Gandhi o la Madre Teresa son primero fruto de su autoindagación o de su autoconexión con los valores religiosos y luego gracias a ello manifestaron su tarea en el mundo. Gandhi estaba solo con su conciencia en los ayunos y la Madre Teresa estaba sola, sola en el Cristo interior, cuando se reclinó hacia la tierra a levantar al primer leproso en las calles de Calcuta. Para poder estar genuinamente con los otros necesitamos estar primero solos con nuestra interioridad. Claro que cuando logramos ese acceso a nuestra profunda interioridad descubrimos que la soledad no existe, sabemos entonces que la única soledad es la de cuerpos físicos distantes de otros cuerpos humanos, sólo eso.
Yo que he viajado sola he observado las reacciones instintivas y defensivas de la gente, he visto a los grupos solidificarse sin que hubiera valores o transformación en esa clase de relación, he visto las alianzas de una fracción contra otra dentro de un mismo grupo y he descubierto ese miedo atávico de la gente que la impulsa a moverse en manada. El reportaje de Facundo Cabral me llegó gracias a la revista Hecho, como ya dije. La revista Hecho es una revista publicada en la ciudad de Buenos Aires de corte popular vendida únicamente por personas que son homless, personas que no tienen techo y la revista es una organización que le permite a estar personas alimentarse o autosustentarse. De modo que me llegó de la mano de una persona que en cierto sentido estaba profundamente sola. Es común verlos o verlas en las esquinas de Buenos Aires con una mano extendida mostrando la revista que es liviana, que no tiene tapas duras ni laminadas pero con un nivel estético y cultural enorme. Estos excluidos de la metrópolis han entrado al mundo a través de una revista que los aglutina y le otorga una forma de pertenencia y subsistencia, pero antes para llegar aquí debieron conocer la soledad de la exclusión, soledad que perdura a pesar de la revista Hecho. Y eso los convierte ante mis ojos en pequeños sabios que se mezclan entre nosotros en esta inmensa ciudad, una ciudad difícil de comprender y de catalogar, nuestra querida Buenos Aires.
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