Isadora Duncan
Recuerdo que en mi adolescencia me impresionó muchísimo leer el
libro autobiográfico de Isadora Duncan, la creadora de la danza moderna. Ella
cuenta que había perdido sus dos hijos pequeños en un accidente y no tenía
consuelo. Esto ocurrió a principios de la década del XX, entonces Isadora narra
su experiencia con la famosa actriz Eleonora Duse. Al parecer todos los allegados de
Isadora le decían que olvidara, creyendo que así la ayudaban, pero ella estaba
cada vez peor, no lograba superar un poco su dolor interno. Entonces la
Duse le
dijo que hablara, que hablara de sus hijos todo lo que quisiera. Y fue
aliviador, el dolor comenzó a ceder. Claro, era plena época de los inicios del
psicoanálisis. Hemos aprendido mucho desde entonces sobre nuestra psiquis y
sobre los procesos de duelo. Sin embargo los tiempos han cambiado, la energía
planetaria y nuestra evolución nos han llevado a un estadio diferente. Aún
necesitamos elaborar el duelo, hablar, ir al psicoanalista muchas veces. Claro
que esa es una etapa en el camino de autosuperación de conflictos, a veces
necesaria, otras, imprescindible incluso para personas que se han iniciado en
el autoconocimiento espiritual, suelen saltearse este tramo de conocimiento de
sus emociones básicas y entonces creen que están preparados para dar un salto y
no es así.
Hablar es bueno pero hablar de qué,
cómo, cuándo y sobre todo preguntarnos qué clase de energía estamos
perpetuando. Saber escuchar no significa permitir que el otro se regodee en su
propia energía densa contando una y otra vez anécdotas sobre sus infortunios.
En ese caso nos convertimos en testigos de su hundimiento emocional. Eso no es
bueno para que el habla ni para el que escucha. Ahora si en la narración de
esos infortunios se desentraña algo, si es útil para comprender, entonces
adelante con el relato. Por desgracia se suele confundir saber escuchar con
permitir que el otro nos utilice como recipiente de su basura energética. Dejar
que el otro cuente largamente su dolor es permitirle que se siga hundiendo y
que crea que es una víctima del mundo. Una persona que se victima
partiendo de la base que el mundo es malo, así cree fervientemente que es el
mundo el que debe adecuarse a ella, en otras palabras que es el mundo el que
debe cambiar y no ella. Y ese, ya lo sabemos, es un pedido excesivo. Quien
critica continuamente desde su lugar de víctima se identifica con la oscuridad
y de ese modo se instala en la dualidad porque su ser interno es luz. Cuando
nos alejamos de nuestro ser interno ya no sabemos quiénes somos.
A falta de la experiencia del amor las personas se cargan
con la energía que tienen a mano, la del
resentimiento expresada en la queja suele ser la que tienen más a
mano. Sabemos que todo lo que nos pasa es una expresión del campo
electromagnético que somos y que crea un campo mayor alrededor de nosotros. Observar
ese campo nos permite saber quiénes somos o qué estamos produciendo desde
nuestro centro de gravedad. Así como la casa es la segunda piel, el mundo es el
reflejo de nuestro ser. El
mundo en general es lo que es por la suma de nuestras conciencias individuales.
Ahora, nuestro mundo cotidiano es forjado por nuestra propia conciencia. Cada
uno de nosotros vive en el mundo en el que cree. Es nuestra creencia la que
configura el escenario. Siguiendo una de las leyes del Kibaliom: Como es arriba
es abajo, como es adentro es afuera. El afuera no es independiente de nosotros,
nadie es víctima de nada, es hacedor y aquí se aplica mejor que nunca la ley de
la física cuántica: El observador modifica lo observado. Eso de lo que nos quejamos es en
realidad el Maestro que viene a brindarnos la oportunidad de cambiar. Ese es el
único Maestro que podemos recibir en el actual estado de conciencia en el que
nos encontramos.
De modo que es importante saber
adónde nos llevan nuestras palabras, no siempre hablar construye un hecho
comunicacional y yo diría que últimamente en escasas ocaciones. Sospecho
que los humanos en Occidente hemos agotado
en cierto sentido el uso de la palabra y abusamos de ella, la palabra, que puede ser transformadora se
convierte en mero objeto
del ego. Una vez más insisto en la importancia de la práctica espiritual cotidiana como camino
hacia el centro, ese centro nuestro, el Ser que realmente somos que y opera como núcleo de gravedad
y construye nuestro mundo. Meditar, cantar mantras, realizar hatha yoga, bhakti
yoga, oración, servicio
desinteresado, Reiki y sí, nuestro querido Reiki, distorsionado por la
publicidad de los medios, que es la técnica que en Occidente se ha abierto para
que muchas personas se asomen a la experiencia de los otros planos y se den
cuenta de que el físico es el resultado de los otros más sutiles y no a la
inversa. Trabajar en nuestro ser no es leer libros, no es seguir transitando el
camino de la palabra, así como hablar y hablar no supone acceso al
autoconocimiento ni vía de comunicación genuina. Leer puede ser el camino pero
depende cómo y movilizando determinadas energías. Sin humildad no hay evolución
y sin humildad tampoco hay compasión. Y ha sido el dominio sobre la palabra lo
que nos ha hecho creer que sabemos y que somos superiores. La palabra hablada
merece más respeto, creo que deberíamos someterla a nuestra consideración una
vez más, deberíamos devolverle su carácter sagrado como a todas las cosas que
nos rodean. El aporte de Freud a la cultura ha sido inmenso, pero en su justa
medida y con rigor, lo mismo que el aporte del Reiki el que lamentablemente no
es conocido popularmente en su profundidad y eficacia espiritual. Entonces,
hablamos de lo siempre, no trivializar, no dejarnos llevar por una cultura del
consumo, de todo es lo mismo, de la acumulación reemplazando la excelencia. A
la palabra tenemos que devolverle su lugar y no malgastarla, la palabra es energía
y como tal puede canalizar lo sutil o lo denso. Elijamos elevarnos para
colaborar en la elevación del mundo en su totalidad.
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