Obra de Eva Armisén
Hay una escena en la obra
de teatro de Tato Pavlovsky “El señor Galindez” en la que el torturador
que estuvo masacrando a un pobre ser, retorna a su casa y despierta a su hija
para regalarle una muñeca. Tengo la vaga idea de que, hace muchos años participé en una discusión o
intercambio de opiniones sobre el sentido de esa acción que parecía marcar un
contraste. Se interpretaba despertar a la niña como un acto más de crueldad
pero yo creo que ante todo es un indicio
de la dualidad en la mente de este personaje. Algo debe indicarle, algo que
reprime con fuerza que su acción de torturar a un ser humano es incorrecta, objetable,
inhumana y necesita taparla para creerse buena persona porque claro, del mismo
modo en que los nazis mataban judíos y gitanos y luego amaban a sus perros,
este señor torturador necesita convencerse imperiosamente de que desde algún punto de vista su
acción es por lo menos necesaria. Una falsa creencia debe soportar un accionar
incorrecto, de lo contrario el buen sentido marcaría el error y lógicamente, la
falsa creencia se instala en una mente sin conciencia, en una mente dual. La
mente dual divide al mundo en buenos y malos, en seres aceptables y dignos de
amor y en otros despreciables y merecedores de castigo, funciona así. El problema es que la persona que tiene una
mente de esta clase se mide a sí misma por el bien que le hace a quien acepta,
pero no ve el daño que inflige a quien odia. Y necesita ante todo esa polaridad
porque su mente no conoce otro modo de funcionamiento. Ahora bien, en ese juego
de polaridades el odio es muy grande y necesita para justificarse de la compensación de su
contrario. El odio y sus variantes: el resentimiento, el rencor, la hostilidad,
etc. Pero el bien que se le prodiga al aceptado no es realmente amor sino
mecanismo compensatorio y reactivo de una conducta. El amor sólo nace de la
conciencia y de la unidad. Del mismo modo una persona que para sentirse
importante se ubica en el lugar de dador y escoge siempre a personas débiles
convirtiéndose en proveedor no es solidario, está actuando desde su ego,
necesita fortalecer su creencia de dominación y poder. Tarde o temprano estas
personas muestran su polaridad negativa criticando al otro, sintiendo rencores,
envidias y toda clase de variantes de la polaridad negativa. Cuando hay amor no
hay discriminación sino un dar sin juicios ni sectorizaciones. Por eso se insta
a la gente a amar más allá de las ideas y de las diferencias, a todos los
seres, a todas las cosas del mundo. En la medida que exista división y
parcelamiento en la mente, habrá de manera ineludible, emociones negativas que
la persona busca disfrazar con acciones o autoconvenciomientos. Es necesario
que trabajemos nuestro sentido de unidad interior para que nuestras acciones
sean verdaderamente solidarias y que resulten actos de desprendimiento y no
meras manipulaciones de la energía para satisfacer nuestro ego. El camino de la
búsqueda de la unidad es un camino arduo pero todos podemos acceder a él, en
principio reconociendo que todos los seres humanos somos luz y que aunque estemos muy
desarmonizados podemos en algún momento
comenzar a transmutar nuestras divisiones
internas. Dar es un buen acto pero la actitud del dar es lo que se evalúa, el
sentido que moviliza esa acción. El lugar del dar es un lugar de poder, y hasta
cómodo si se quiere. Dar como forma de equilibrar las energías planetarias sin
que eso implique un reconocimiento por parte de nadie, dar sabiendo que eso que
damos es lo único que vamos a llevarnos de este plano en el momento de
desencarnar. El dar como ese personaje del torturador de la obra de Pavlovsky no es más una manifestación del propio poder
para alimentar el ego y sofocar la culpa. Egocentrismo es separación y división
de la conciencia. Cuando damos sin esperar nada no entran en juego los juicios de valor sobre los demás,
no entra nada más que la alegría de celebrar la vida y de sentir que pasamos
por aquí dejando algo un poco mejor de cómo lo encontramos al llegar.
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