Repetimos insistentemente que un rasgo en
la personalidad de la gente que indica que hay una evolución en su conciencia,
una mayor comprensión de cómo funciona el universo es el de no juzgar a los
otros, a los semejantes. Y pareciera que eso se reduce a no hablar mal de
actitudes y comportamientos ajenos y por supuesto es más que eso. El no juzgar
es un indicio de una comprensión mayor. No por nada en la cultura hindú no es
aceptable señalar con el dedo índice a otra persona. Nuestro cuerpo habla con
un lenguaje de movimientos y gestos que tiene significación y por lo tanto
afecta a la energía circundante. La práctica de la técnica hawaiana Ho
ponomono es un punto de partida
interesante y revelador que nos permite comenzar a experimentar el peso que
tiene un juicio de valor arraigado a la hora de manifestar nuestras emociones,
de qué modo nuestra emocionalidad depende de un plano mental que acuñó
creencias que solidificadas con el tiempo determinan nuestro modo de relación
con otras personas. Con la práctica de Ho ponomono vamos descubriendo que el
perdón es mucho más englobante que un simple acto de soltar aquello que nos
aprisiona y como tal nos limita por el
hecho de ocupar un espacio en nuestra conciencia con energía densa, el perdón
abre puertas inesperadas como si de pronto extendiéramos un lienzo plegado en
minúsculas partes. Cuando la conciencia comienza a expandirse los grados de
comprensión se amplían, se convierten en un modo de operar. Algo semejante o
quizá más revelador aún, dependiendo de la experiencia individual, nos ocurre
cuando constelamos de acuerdo al método de Hellinger, vivenciando eso que es
contenedor y superador de nuestra persona y que determina nuestro lugar en un
sistema familiar y de allí nuestro sentir y comportamiento, podemos reconocer
que el juzgar es una torpeza de nuestra mente que intenta jerarquizar para
entender o que buscando aplacar o darle sosiego a lo que nos atormenta
construye cajitas, estructuras, prisiones. Yo diría que es casi imposible salir
de un taller de constelación familiar señalando con el dedo la falta de otra
persona, porque hemos comprendido que todos jugamos un papel dentro de una
totalidad que es determinante. Esa idea de totalidad, de ley superior, esa
revelación única nos libera de clasificar a la gente dentro de estructuras
fijas, ya que de eso se trata el juicio de valor. Obviamente el juicio de valor necesita
imperiosamente de una mente dual, bipolar, es decir que esté fuera de la
captación de la unidad. Cuanta mayor sea nuestra percepción de la unidad, menos
juicio limitante tendremos hacia los demás.
He
llegado a un momento en el que me duele escuchar consideraciones negativas de
unas personas sobre las otras, a veces tan distantes de un mínimo grado de
compasión. Lo escuchado delata más de quien emite el juicio que de la persona
juzgada. Lo que aparece en estos casos es la falsa idea de quien está juzgando de considerarse superior, de
hecho el juicio de valor supone una mirada desde arriba sobre los semejantes y
no de una ubicada en el mismo plano. Por
esta misma causa el sistema de las ideologías tomado en forma rígida colapsa
con tanta facilidad. Ya sabemos que en Occidente nuestra manera de comprensión de
la realidad se basa fundamentalmente en la oposición, en la tensión entre contrarios y eso nos hace
confundir información con conocimiento.
Las prácticas, como las que cité del Ho ponomono o de las constelaciones
familiares que son métodos terapéuticos, así como las otras prácticas de
meditación y sus variantes, son un camino yo diría imprescindible hoy por hoy
para trascender esa cosmovisión medieval apoyada en el juicio de valor previo y cristalizado. Esto da
para seguir hablando sobre el tema hasta el infinito, porque el semejante que
está a mi lado no es otra cosa que mi sombra o la expresión de aquello que me
libera de actuar ese papel. Ya no podemos pensar a nadie individualmente sino
dentro del sistema que lo contiene y le asigna un rol. El otro es mi propia
sombra desplegada. El afuera es el
nuestro adentro expandido y aquello con lo que nos topamos funciona como un
espejo que puede ayudarnos a reconocernos.
Juzgando no hacemos más que enturbiar nuestra propia imagen. No hay
separación, si abrimos los ojos del alma no hay dualidad, el mundo de la
materia es ilusión, sólo hay Dios, dimensión sagrada.
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