Que yo
recuerdo nunca me resultó fácil escuchar. En mi familia la gente monologaba y
como yo era más chica y en aquellos años los niños casi no tenían derechos,
debía escuchar. La sensación que tengo fue la de no haber sido escuchada. Cuando crecí un poco copié los hábitos de mi
familia y hablaba hasta por los codos sin registrar al otro. Entonces intenté
aprender. No sé si aprendí en realidad. Lo que tengo muy presente fue primero
mis sesiones de psicoanálisis durante años donde no era poco frecuente que el
psicoanalista dijera: ¿Usted se escuchó lo que acaba de decir? Pero quizá donde
se me hizo más interesante el aprendizaje fue en los grupos de autoayuda. En
esos grupos una persona no podía hablar cuando el otro estaba hablando, cosa
que en mi familia había sido muy común por no decir el modo habitual. Entonces
empecé a escuchar de verdad al otro, al menos el tiempo que duraba la sesión
del grupo. Y supongo que desde ese momento se me fue haciendo hábito.
Luego está el tema del teléfono en las grandes ciudades. Durante años
fue como un canal entre los amigos. Pero ahora vaya a saber si por mi cambio
personal o la existencia de las redes sociales se me volvió una invasión. Y
tuve que comenzar a limitarlo. Los recuerdos de personas que literalmente
prenden la radio a las que ni siquiera si una suspiró, dijo “sí” o “no” o carraspeó. Es un inconveniente no
verle el rostro al que habla. Con la escritura de las redes sociales es otra
cosa, el tiempo de escribir da lugar a uno y a otro alternativamente y al leer
la atención se centra con mayor facilidad.
No
en vano en la tradición hindú el Dios Ganesha tiene dos grandes orejas de
elefante: el sabio es el que escucha, no el que habla.
Con
los años trato primero de escucharme a mí, de saber qué me pasa. Sospecho que
nuestra dificultad para escuchar al semejante se debe a que en principio no nos
escuchamos a nosotros mismos, tenemos obturado al observador interno y quebrada
nuestra conexión con ese ser que es lo que somos en verdad. Entonces en el
discurso cuando abrumamos al otro sin parar sale el personaje social, lo que no
somos, lo que construyó nuestra mente. Que si vamos bien vestidos, que si el
otro me dijo, me hizo, me lastimó, no me miró, no me saludó, etc. Cuando la
gente se conecta con su ser interno no tiene esa necesidad desenfrenada de
hablar. La habladera continua es un acto mecánico que tiende a crear un surco
en un mismo sitio. Si observamos esa clase de discursos nos daremos cuenta de
que son discursos cerrados sobre sí mismos, por eso cansan tanto al
interlocutor porque nada los modifica, no necesitan del afuera y la escucha en
realidad es un disfraz para robarle energía a la persona que ha prestado su
oreja. Hay que huir de esa clase de falsos diálogos, aunque la persona se
victimice y diga que si una le presta atención está siendo misericordioso.
Mentira, no es así, es sólo alimentarle la falta de crecimiento, lo único que
busca esa persona es ser el centro y mantener el statu quo. Cuando una persona habla
debe ser para que el que escucha pueda decir algo que le permita revisar o
modificar su postura, de lo contrario la palabra está emparentada con la
adicción. Lacan habla de eso, del discurso repetido sobre sí mismo que en
realidad no es más que una profundización de la lastimadura. Y otra cosa:
cuando escuchamos, si realmente escuchamos necesitamos estar lo más lejos
posible del prejuicio, del juicio de valor, de esperar que el otro diga lo que
queremos escuchar o que siga nuestro enfoque o responda a nuestro particular
paradigma. Para escuchar en serio es preciso no proyectar nuestra sombra sobre
el otro. Escuchar entonces es un acto de humildad. Y claro que si el ego está reforzado, lo que equivale
a estar identificado con la mente, nadie escucha a nadie, es sólo ruido que se
suma al ruido imperante de nuestra civilización.
.................................... ... Derechos reservados. En caso de reproducir citar la fuente
.................................... ... Derechos reservados. En caso de reproducir citar la fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario