Conocemos perfectamente uno de los ritos de iniciación, típicos de las culturas de los pueblos originarios de América, que consiste en que un niño que está a punto de dejar de ser niño para pasar a la etapa siguiente caiga desde la altura a un espacio vacío. Mediante este rito el niño incorpora un conocimiento: deja ya el abrigo de los padres como sostén permanente para experimentar su propia fuerza como sostén principal. En algunos procesos chamánicos de crecimiento interior se utiliza para adultos ya bien crecido el mismo rito. Recuerdo que en un taller que hice una vez la experiencia intentaba incorporar el sentido opuesto: Debíamos dejarnos caer hacia atrás confiando en que uno o varios compañeros nos sostendrían y eso tenía necesariamente que suceder para aprender así a sentirse conectados y apoyados por el grupo.
En muchas ocasiones en nuestra vida diaria necesitamos recurrir
a la experiencia de crear vacío frente a otro. Cuando por ejemplo una persona
busca llamar la atención pretendiendo ser el centro de todo, cuando un niño se
pone excesivamente demandante por puro capricho, cuando la amiga emplea la
autocompasión para ser atendida de modo permanente sin poder
escuchar al otro al punto de concebirse como un personaje trágico, sin duda no
quiere crecer, le resulta cómodo ese rol que se inventó para sí misma que le
permite devorar energía circundante. Ese paso al costado que damos es una
oportunidad para la persona con el fin de que se escuche a sí misma, se
encuentre con su fuente interior y no continúe dando manotazos de ahogado
esperando que todo venga de afuera. No hay mayor daño que hacerle creer a
alguien que somos sus salvadores, hay mucho ego en nosotros si lo hacemos y
mucha vanidad en quien quiere creerlo.
En realidad nunca estamos solos, no existe la soledad desde
un punto de vista espiritual, pero sí existe en un tramo, en un pasaje de
alguien que se encuentra entre el desconocimiento y la posibilidad de acceder a
una zona nueva de sí mismo. Se dice que cuando Cristo estaba en la
Cruz y
pronuncia la famosa frase: “Padre me has abandonado”, lo que ocurrió es
que estaba dejando de ser Jesús para ser el Cristo, fue un pasaje, dicen que
las entidades que lo acompañaron se retiraron para que entidades superiores
vinieran a ocupar ese lugar. Esos momentos de vacío logran ser en
nuestra vida mojones que indican que estamos evolucionando. Experimentamos
entonces la soledad, eso que no existe de modo absoluto pero que se presenta
como una parte del camino. Compasión no es taparle todos los agujeros al
semejante sino ayudarlo a crecer, el dolor y estos momentáneos estados de
soledad pueden ser el alimento que nutre nuestra evolución.
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