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jueves, 4 de abril de 2013

LA VERDADERA SOLEDAD



  Conocemos perfectamente uno de los ritos de iniciación, típicos de las culturas de los pueblos originarios de América, que consiste en que un niño que está a punto de dejar de ser niño para pasar a la etapa siguiente caiga desde la altura a un espacio vacío. Mediante este rito el niño incorpora un conocimiento: deja ya el abrigo de los padres como sostén permanente para experimentar su propia fuerza como sostén principal. En algunos procesos chamánicos de crecimiento interior se utiliza para adultos ya bien crecido el mismo rito. Recuerdo que en un taller que hice una vez la experiencia intentaba incorporar el sentido opuesto: Debíamos dejarnos caer hacia atrás confiando en que uno o varios compañeros nos sostendrían y eso tenía necesariamente que suceder para aprender así a sentirse conectados y apoyados por el grupo.
   Una técnica parecida suele emplearse en los grupos de dependencia a las drogas, alcohol y otras variantes, si bien el compañero se siente sostenido por el grupo y apoyado por un programa a veces se pone dependiente de las personas y traslada a  los demás o al grupo su forma de relación conocida: apegarse a todo, tomar a las personas como sustancias o drogas y no las registra como seres humanos. Entonces de alguna manera es dejado caer en el vacío, se le enseña que debe aprender a estar solo porque todos los sostenes verdaderos están dentro de él, en su interioridad sabia. De lo contrario cambiaría droga o alcohol por un modo de relación no saludable, no genuino con las otras personas. Esa sí es una experiencia de profunda y verdadera soledad, al principio es vivida como abandono y soledad porque  a la persona en cuestión le falta conocimiento, pero sólo así, en contacto consigo mismo mediante ese vacío creado, puede reconocer sus sostenes internos.
En muchas ocasiones en nuestra vida diaria necesitamos recurrir a la experiencia de crear vacío frente a otro. Cuando por ejemplo una persona busca llamar la atención pretendiendo ser el centro de todo, cuando un niño se pone excesivamente demandante por puro capricho, cuando la amiga emplea la autocompasión para ser  atendida de modo permanente sin  poder escuchar al otro al punto de concebirse como un personaje trágico, sin duda no quiere crecer, le resulta cómodo ese rol que se inventó para sí misma que le permite devorar energía circundante. Ese paso al costado que damos es una oportunidad para la persona con el fin de que se escuche a sí misma, se encuentre con su fuente interior y no continúe dando manotazos de ahogado esperando que todo venga de afuera. No hay mayor daño que hacerle creer a alguien que somos sus salvadores, hay mucho ego en nosotros si lo hacemos y mucha vanidad en quien quiere creerlo.
En realidad nunca estamos solos, no existe la soledad desde un punto de vista espiritual, pero sí existe en un tramo, en un pasaje de alguien que se encuentra entre el desconocimiento y la posibilidad de acceder a una zona nueva de sí mismo. Se dice que cuando Cristo estaba en la Cruz y pronuncia la famosa frase: “Padre me has abandonado”,  lo que ocurrió es que estaba dejando de ser Jesús para ser el Cristo, fue un pasaje, dicen que las entidades que lo acompañaron se retiraron para que entidades superiores vinieran a ocupar ese lugar.  Esos momentos de vacío  logran ser en nuestra vida mojones que indican que estamos evolucionando. Experimentamos entonces la soledad, eso que no existe de modo absoluto pero que se presenta como una parte del camino. Compasión no es taparle todos los agujeros al semejante sino ayudarlo a crecer,  el dolor y estos momentáneos estados de soledad  pueden ser el alimento que nutre nuestra evolución.