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martes, 17 de marzo de 2020

GENTE SOLA



             
En un reportaje al cantautor argentino Facundo Cabral realizado por la revista Hecho, Cabral dice que desconfía de la aglomeración de gente,  opina  que la gente se junta por miedo a estar sola. Yo pienso  algo parecido, en un gran porcentaje es así: somos muy poco conscientes de casi todo lo que hacemos por nuestro  bajo nivel evolutivo, al parecer la mayor parte de nuestro conocimiento es inconsciente y nos manejamos con patrones mentales. Sólo vemos aquello que conocemos con antelación, no podemos percibir el cambio del mundo. De modo entonces que al ver a la otra persona ¿qué vemos? Vemos una proyección de lo que nosotros somos. En realidad no estamos con otros ni vemos a los otros sino que vemos en el otro nuestra propia sombra, esa zona negada de nuestra  interioridad. Esto que digo además de ser inquietante, desacomodador  o incómodo es difícil de captar, me sucede que intuyo lo que estoy diciendo, pero una parte de esto queda ajena a mi saber. Nos encontramos en un momento de bisagra en nuestro camino de evolución. Sabemos que hay formas viejas en lo social, en  nuestro interior, en nuestro modo de percibir el mundo, pero ese saber es apenas una intuición que nos permite reconocer el error sin que aún encontremos un modelo nuevo de comportamiento, de percepción del mundo o de autopercepción, es decir sobre nuestra propia idea de ser humano. Por eso aglutinarnos y confundirnos con otras personas puede ser un modo de continuar esta cadena de proyecciones, es decir de imposición de lo conocido, de lo ya aprehendido a lo que por naturaleza es nuevo. Así, al convertirnos en masa, fortalecemos viejos esquemas mentales.  La otra persona no es ni buena ni mala, es en tanto establece una relación con lo que yo soy, de esta manera el otro resulta de una combinación y es lo relacional lo que permite la aparición de una cualidad. Yo no soy la misma persona con un pariente por ejemplo que desde niña me ha cargado sin querer de una serie de adjetivos negativos o cuestionadores que con una amiga que me acepta o me valora. El campo mental que la otra persona trae se combina con mi propio campo mental y se crea un nuevo campo. Los maestros espirituales suelen insistir en la importancia de escoger las relaciones humanas, hay una frase de Buda que  sugiere  que si tu propia madre te impide avanzar en el camino espiritual debes alejarte de ella. Y esto no significa matar simbólicamente a nadie sino resguardar nuestro  campo mental de influencias densas. Esto nos lleva a replanterarnos la cuestión del egoísmo. La solidaridad que me exige ayudar al débil necesita de mi fortaleza y si la   derrocho  en pos de una conveniencia social estoy faltando a la solidaridad humana básica. No existe mayor servicio para el planeta que una conciencia dispuesta a evolucionar. ¿Quién soy yo cuando estoy con Fulano? ¿Quién soy yo cuando estoy con Mengano? ¿Quién soy realmente cuando formo parte de este grupo humano? ¿Necesito de la presencia física del otro para sentirme menos solo o sola? ¿La presencia física de la otra persona me permite calificar como negativo, colocar rasgos  desfavorables allí afuera, porque no soy capaz de reconocerlos en mí misma? Los grupos humanos aún hoy siguen funcionando como salas de espejos donde   unos se reconocen en los rostros que los  miran, aunque también donde niegan su propia sombra proyectándolas en los demás.                     No deja de llamarme la atención las prevenciones que tiene la sociedad hacia la gente que vive sola o anda sola por ahí. Y si es mujer mucho más.  En las películas norteamericanas típicas desde  “Atracción fatal” hasta la serie de detectives con asesinos seriales, la persona que vive sola aparece  por lo general cargada de rasgos paranoicos, fóbicos y destructivos.  En contraposición la  visión antigua de la persona que vive sola es la del sabio, la del ermitaño, la de aquellos seres que marcan una brecha nueva para que otros puedan transitarla.  Resulta inevitable volver a la imagen de San Francisco de Asís que al alejarse físicamente de su ciudad, se aleja de las convenciones y pactos sociales de una burguesía naciente, se aleja de la herencia paterna, de la ley patriarcal, del deber ser  y de la misma iglesia para renovarla luego y volver a ella. Es el ejemplo más nítido de lo que estoy tratando de expresar. En la figura de San Francisco podemos descubrir que no existe renovación genuina si en algún momento no nos alejamos del aglutinamiento humano masificador.  
  Cabe preguntarse por qué la sociedad moderna occidental ha convertido a las personas solitarias en amenazas. ¿Qué es lo que se está amenazando? Quizá un modo de conocimiento, de búsqueda de una verdad que la masa anestesia y ya sabemos que la sociedad moderna está regida por las leyes de avance material y el lucro y las personas pensantes  atentan contra los intereses comerciales de las grandes empresas. Si nos atenemos a los mensajes publicitarios podemos descifrar los patrones de comportamiento que la sociedad tiene y promulga, y es indudable que el descubrimiento de verdades interiores no coincide con sus intereses y sus metas. Encontrar el eje que organiza todo nuestro funcionamiento interior puede hacerse sumamente difícil y hasta imposible en medio del bullicio y el amontonamiento humano. Por otra parte qué le podemos dar al otro si no sabemos quiénes somos. Tal vez sea este el momento en el que cada uno debe encontrarse primero consigo mismo para luego encontrarse con los demás, ese es el orden y no al revés, primero la conexión interna y luego la interconexión.  Ciertamente la relación con otras personas es una vía de acceso al personal universo interior en tanto y en cuanto no tapone  la vinculación interna anestesiándome en el juego de proyecciones sociales.
   Las brujas de la Edad Media quemadas en la hoguera no escapan a este perfil de aislamiento y rechazo a la figura humana solitaria. Es verdad que las grandes empresas en la historia la hicieron los grupos humanos, pero fue necesario que un líder se conectara consigo mismo y con una serie de valores para que el grupo humano cumpliera con su misión. Gandhi o la Madre Teresa son primero fruto de su autoindagación o de su autoconexión con los valores religiosos y luego  gracias a ello manifestaron su tarea en el mundo. Gandhi estaba solo con su conciencia en los ayunos y la Madre Teresa estaba sola, sola en el Cristo interior, cuando se reclinó hacia la tierra a levantar al primer leproso en las calles de Calcuta. Para poder estar genuinamente con los otros necesitamos estar primero solos con nuestra interioridad. Claro que cuando logramos ese acceso a nuestra profunda interioridad  descubrimos que la soledad no existe,  sabemos entonces que la única  soledad es la de cuerpos físicos  distantes de otros cuerpos humanos, sólo eso.




Creo en la importancia de la asociación de las personas en todos sus niveles, sin eso ningún logro humano es posible, pero me estoy refiriendo a otra cosa, a un patrón mental que opera subconscientemente y que es arcaico, el mismo patrón mental que impulsó a condenar a las brujas por herejía, a señalar al diferente, a que un grupo humano actúe coporativamente para señalar a aquel que no integra su fracción.  Es un patrón arcaico y que heredamos de un nivel evolutivo lejano que fue el de la organización tribal y que aún no hemos superado.  En el momento en que funcionó la organización tribal este patrón fue operativo, pero ya no lo es y queda sólo el registro que actúa en nosotros mecánicamente. Todavía muchos grupos humanos siguen funcionando como tribus o clanes que se autodefinen en oposición a otros clanes o tribus. Pensaba justamente en la importancia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en la Argentina que ante la falta de respuesta gubernamental por sus hijos y nietos desaparecidos en los años setenta forjaron un movimiento social, pensaba  el resultado de su acción de agruparse, pero ellas más que nadie conocieron la soledad que las indujo primero al autoconocimiento. Entonces me topo con un párrafo de un libro de Bert Hellinger y encuentro esta frase esclarecedora: “La diferenciación entre lo bueno y lo malo sólo existe en la conciencia personal. Sólo allí. La diferenciación entre lo bueno y lo malo no significa otra cosa que: es bueno aquel que puede pertenecer y es malo aquel que no puede pertenecer. Las grandes religiones también aplican esta manera de discernir que tiene la conciencia: los buenos se arrogan el derecho de excluir a los malos y condenarlos.” Hellinger no habla de la Verdad con mayúsculas que es un valor trascendente y no cambia, habla de nuestra percepción, de nuestras verdades cotidianas. Hellinger ha montado todo un sistema que resulta terapéutico en la importancia de pertenecer, de no aislar a ningún miembro de la sociedad, en la aceptación de la totalidad.

   Yo que he viajado sola he observado las reacciones instintivas y defensivas de la gente, he visto a los grupos solidificarse sin que hubiera valores o transformación en esa clase de relación, he visto las alianzas de una fracción contra otra dentro de un mismo grupo y he descubierto ese miedo atávico de la gente que la impulsa a moverse en manada. El reportaje de Facundo Cabral me llegó gracias a la revista Hecho, como ya dije. La revista Hecho es una revista  publicada en la ciudad de Buenos Aires de corte popular vendida únicamente por personas que son homless,  personas que no tienen techo y la revista es una organización que le permite a estar personas alimentarse o autosustentarse. De modo que me llegó de la mano de una persona que en cierto sentido estaba profundamente sola. Es común verlos o verlas en las esquinas de Buenos Aires con una mano extendida mostrando la revista que es liviana, que no tiene tapas duras ni laminadas pero con un nivel estético y cultural enorme. Estos excluidos de la metrópolis  han entrado al mundo a través de una revista que los aglutina y le otorga una forma de pertenencia y subsistencia, pero antes para llegar aquí debieron conocer la soledad de la exclusión, soledad que perdura a pesar de la revista Hecho. Y eso los convierte ante mis ojos en pequeños sabios que se mezclan entre nosotros en esta inmensa ciudad, una ciudad difícil de comprender y de catalogar, nuestra  querida Buenos Aires.
                                    
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