Sólo comprendiendo el sentido de unidad de
todo lo que existe, podremos entender
que el Universo tiene un propósito y que por correlación inevitable nuestra
propia vida está cargada de sentido. ¿Por
qué una cosa no puede ser separada de la otra? Por una concepción patriarcal,
exteriorista, prevalece la idea de que todo viene de afuera como la orden
caprichosa de un jefe o de un dios autoritario. El modelo de pensamiento se ha
basado justamente en esta premisa: el esquema exterior o ajeno nos moldea. Y
eso parecía provenir de una voluntad voluble. Pero cada uno de los hechos que
experimentamos proviene del peso de gravedad de nuestro propio centro que se materializa en un afuera.
La ley de correspondencia entre el afuera y el adentro, entre el arriba y el
abajo no puede operar si no existe primero un principio de unidad aglutinante
que impone su ley. Por eso para comprender el sentido de nuestra vida y las
profundas motivaciones de lo que nos sucede, es imprescindible que experimentemos
ese sentido de unidad, de lo contrario podemos caer en un sentimiento de
autocompasión o de resentimiento o de enojo que es el germen de la mayor parte
de las energías negativas que producen nuestras emociones y que parte de una
reacción a lo que sucede, de una no aceptación.
Y no aceptamos cuando no comprendemos. Como probablemente el sentido de
unidad no puede ser percibido cotidianamente en un mundo que tiende a separar,
a oponer, a dividir, es necesaria la experiencia espiritual que viene de la práctica.
La práctica de una disciplina espiritual es el camino, no vislumbro otro por el
momento, salvo el de la gracia que no es muy frecuente. La meditación, el
empleo del cuerpo en sus variadísimas posibilidades como búsqueda de
equilibrio, la contemplación de la naturaleza, el canto, la música, el desarrollo
de una disciplina artística, la lectura o el conocimiento de un pensamiento
totalizador o abarcativo pero no desde una modalidad mental o racional sino
sensible, los sistemas variados de imposición de manos, la plegaria, en fin, la clave es detener el mundo para conectarnos
con ese otro plano es la forma que hoy por hoy se nos ofrece. La práctica debe
ser constante aunque se nos presente repetitiva, no existe la monotonía ni la
repetición si no dejamos que la mente tome el control. Todo es nuevo a cada instante.
A mayor experiencia de la unidad, mayor la distancia que nos separa de la
violencia en todas sus manifestaciones porque el hilo que une cada una de las
cosas que nos habitan y habitamos muestra su trayectoria y nos señala
responsables, autores únicos de nuestra vida. Si experimentamos la unidad no hay contra qué
ni quién enojarse. Y sin el principio del enojo que es como una semillita no
habrá resentimiento ni odio ni fastidio ni ofensa ni envidia. Para poder
brillar deben acompañarnos con sus brillos los demás, una lucecita ardiendo en
medio de una inmensa oscuridad tarde o temprano se debilita. Todo está
conectado y para que funcione hay leyes que lo sostienen en sus
delicadísimas conexiones, comprender
esas leyes es experimentar la unidad y experimentar es saber que somos seres
trascendentes, seres que hoy están aquí pero han nacido parea dar un paso más
allá. Ese “allá” está también dentro de nosotros en este momento. Es un después
y es un ahora y es un antes, todo está en nuestro interior y el camino
espiritual o de autoconocimiento es el acceso.
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sábado, 25 de enero de 2014
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