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viernes, 22 de febrero de 2013

NO JUZGAR


      Repetimos insistentemente que un rasgo en la personalidad de la gente que indica que hay una evolución en su conciencia, una mayor comprensión de cómo funciona el universo es el de no juzgar a los otros, a los semejantes. Y pareciera que eso se reduce a no hablar mal de actitudes y comportamientos ajenos y por supuesto es más que eso. El no juzgar es un indicio de una comprensión mayor. No por nada en la cultura hindú no es aceptable señalar con el dedo índice a otra persona. Nuestro cuerpo habla con un lenguaje de movimientos y gestos que tiene significación y por lo tanto afecta a la energía circundante. La práctica de la técnica hawaiana Ho ponomono   es un punto de partida interesante y revelador que nos permite comenzar a experimentar el peso que tiene un juicio de valor arraigado a la hora de manifestar nuestras emociones, de qué modo nuestra emocionalidad depende de un plano mental que acuñó creencias que solidificadas con el tiempo determinan nuestro modo de relación con otras personas. Con la práctica de Ho ponomono vamos descubriendo que el perdón es mucho más englobante que un simple acto de soltar aquello que nos aprisiona y como tal nos limita  por el hecho de ocupar un espacio en nuestra conciencia con energía densa, el perdón abre puertas inesperadas como si de pronto extendiéramos un lienzo plegado en minúsculas partes. Cuando la conciencia comienza a expandirse los grados de comprensión se amplían, se convierten en un modo de operar. Algo semejante o quizá más revelador aún, dependiendo de la experiencia individual, nos ocurre cuando constelamos de acuerdo al método de Hellinger, vivenciando eso que es contenedor y superador de nuestra persona y que determina nuestro lugar en un sistema familiar y de allí nuestro sentir y comportamiento, podemos reconocer que el juzgar es una torpeza de nuestra mente que intenta jerarquizar para entender o que buscando aplacar o darle sosiego a lo que nos atormenta construye cajitas, estructuras, prisiones. Yo diría que es casi imposible salir de un taller de constelación familiar señalando con el dedo la falta de otra persona, porque hemos comprendido que todos jugamos un papel dentro de una totalidad que es determinante. Esa idea de totalidad, de ley superior, esa revelación única nos libera de clasificar a la gente dentro de estructuras fijas, ya que de eso se trata el juicio de valor.  Obviamente el juicio de valor necesita imperiosamente de una mente dual, bipolar, es decir que esté fuera de la captación de la unidad. Cuanta mayor sea nuestra percepción de la unidad, menos juicio limitante tendremos hacia los demás.
  He llegado a un momento en el que me duele escuchar consideraciones negativas de unas personas sobre las otras, a veces tan distantes de un mínimo grado de compasión. Lo escuchado delata más de quien emite el juicio que de la persona juzgada. Lo que aparece en estos casos es la falsa idea de quien  está juzgando de considerarse superior, de hecho el juicio de valor supone una mirada desde arriba sobre los semejantes y no  de una ubicada en el mismo plano. Por esta misma causa el sistema de las ideologías tomado en forma rígida colapsa con tanta facilidad. Ya sabemos que en Occidente  nuestra manera de comprensión de la realidad se basa fundamentalmente en la oposición, en  la tensión entre contrarios y eso nos hace confundir información con conocimiento.  Las prácticas, como las que cité del Ho ponomono o de las constelaciones familiares que son métodos terapéuticos, así como las otras prácticas de meditación y sus variantes, son un camino yo diría imprescindible hoy por hoy para trascender esa cosmovisión medieval apoyada en el juicio de valor previo y cristalizado. Esto da para seguir hablando sobre el tema hasta el infinito, porque el semejante que está a mi lado no es otra cosa que mi sombra o la expresión de aquello que me libera de actuar ese papel. Ya no podemos pensar a nadie individualmente sino dentro del sistema que lo contiene y le asigna un rol. El otro es mi propia sombra desplegada.  El afuera es el nuestro adentro expandido y aquello con lo que nos topamos funciona como un espejo que puede ayudarnos a reconocernos.  Juzgando no hacemos más que enturbiar nuestra propia imagen. No hay separación, si abrimos los ojos del alma no hay dualidad, el mundo de la materia es ilusión, sólo hay Dios, dimensión sagrada.
                                                                                                 


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