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jueves, 15 de diciembre de 2011

LA IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA

Eckhart Tolle con el Dalai Lama


  A Continuación transcribo un párrafo del libro “El poder del Ahora” de Eckhart Tolle. Obviamente algunas de estos conceptos pueden ser ampliados o cuestionados. Por ejemplo el que habla de que se necesita pasar por la experiencia del dolor para evolucionar. Últimamente solemos escuchar que ya no es preciso sufrir para aprender, esto se aplica a los niños que vienen a ayudarnos a crecer espiritualmente. La energía del planeta ha cambiado, se ha sutilizado y ya no necesitamos tocar fondo para ascender porque hay menos tensión entre las polaridades. Sin embargo Tolle lo pone como ejemplo aquí y no como condición indispensable. De todos modos es un concepto que podría profundizarse, ya que estar en la tierra por más evolucionados que lleguemos a estar no nos libra del juego de polaridad de la materia que es en suma el  concepto general del párrafo trascripto. También es interesante destacar el modo en que es vista la enfermedad, como una vía de autoconocimiento, como un medio a veces útil en tanto el alma emplea al cuerpo como un camino. Cuando en este párrafo Tolle habla sobre el fracaso y el éxito no pude menos que recordar las palabras del escritor argentino Jorge Luis Borges quien, a veces con humor y otras con intensidad, minimizaba su lugar en el mundo de las letras relativizando éxito y fracaso al mismo tiempo.

 
                 LA IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA
“…mientras usted está en la dimensión física y ligado a la mente humana colectiva el dolor físico -aunque raro- es aún posible. Esto no debe confundirse con el sufrimiento, con el dolor mental emocional. Todo sufrimiento es creado por el ego y se debe a la resistencia. Además, mientras usted esté en esta dimensión, está aún sujeto a la naturaleza cíclica y a la ley de impermanencia de todas las cosas, pero ya no percibe esto como “malo”. Simplemente es.
       Al permitir el “ser” de las cosas, se revela una dimensión más profunda bajo el juego de los contrarios, como una presencia permanente, una profunda quietud que no cambia, una alegría sin causa que está más allá del bien y del mal. Esta es la alegría del Ser, la paz de Dios.   En el nivel de la forma hay nacimiento, muerte, creación y destrucción, crecimiento y disolución de las formas aparentemente separadas. Esto se refleja en todas partes: en el ciclo de una estrella o un planeta, en un cuerpo físico, un árbol, una flor, en el  surgimiento y la caída de las naciones, los sistemas  políticos, las civilizaciones; y en los inevitables ciclos de ganancia y pérdida de la vida de un individuo.     
 
Hay ciclos de éxito, cuando las cosas vienen a usted y prosperan, y ciclos de fracaso, cuando se retira o se desintegran y usted tiene que dejarlas ir para dejar espacio a que surjan cosas nuevas, o para que ocurra la transformación. Si usted se aferra y se resiste a este punto, significa que está  rehusando seguir el flujo de la vida, y sufrirá.
   
 
   No es cierto que el ciclo ascendente sea bueno y el descendente malo, excepto en el juicio de la mente. El crecimiento se considera positivo habitualmente, pero nada puede crecer por siempre. Si el crecimiento, de cualquier tipo, continuara por siempre, se volvería eventualmente monstruoso y destructivo. Se necesita la disolución  para que pueda ocurrir nuevo crecimiento. Uno no puede existir sin la otra.
   
 
El ciclo descendente es absolutamente esencial. Usted debe fracasar profundamente en algún nivel o experimentado una pérdida o un dolor profundos para ser llevado a la dimensión espiritual. O quizás el mismo éxito se volvió vacío y sin significado y así resultó un fracaso. En este mundo, que permanecerá en el nivel de la forma, las personas “fracasan” tarde o temprano, por supuesto, y cada logro eventualmente se convierte en nada. Todas las formas son impermanentes
  Usted puede de todos modos ser activo y disfrutar el crear nuevas formas y circunstancias, pero no se identificará con ellas. No las necesita para obtener un sentido de sí mismo. No son su vida, sólo su situación vital.    Su energía física también está sujeta a ciclos. No puede estar siempre en un tope. Habrá época de energía baja así como otras de energía alta. Habrá períodos en los que usted es muy activo y creativo, pero también puede haber otros en los que todo parece estar estancado, cuando parece que usted no llega a ninguna parte, no logra nada. Un ciclo puede durar desde unas horas hasta varios años. Hay grandes ciclos y ciclos cortos dentro de los largos. Muchas enfermedades se producen por luchar contra los ciclos de la energía baja, que son vitales para la regeneración. La compulsión a actuar y la tendencia a derivar su sentido del propio valor y de la identidad de factores externos tales como el éxito, es una ilusión inevitable mientras usted esté identificado con la mente. Esto le hace difícil o imposible aceptar los ciclos bajos y permitirse ser. Así, la inteligencia del organismo puede tomar el control  como una medida autoprotectora y producir una enfermedad para  forzarlo a detenerse, de modo que pueda tener lugar la regeneración necesaria.
      La naturaleza cíclica del Universo está estrechamente ligada con la impermanencia de todas las cosas y situaciones. El Buda hizo de esto una parte central de su enseñanza. Todas las condiciones son altamente inestables y están en flujo constante, o,  como Él lo expresó,  la impermanencia es una característica de toda situación que usted pueda enfrentar en su vida. Estas cambiarán, desaparecerán o ya no le satisfarán. La impermanencia es también fundamento en el pensamiento de Jesús: “No guarden tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen y donde los ladrones entran y roban…”    
 
Mientras una condición se considere “buena” por la mente, sea una relación, una posesión, un papel social, un lugar o su cuerpo físico, la mente se apega a ella y se identifica con ella. Lo hace feliz, lo hace sentirse bien consigo mismo y puede formar parte de lo que usted es o de lo que cree que es. Pero nada dura  en esta dimensión donde la polilla y la herrumbre consumen. O termina o cambia o sufre un cambio de polaridad: la misma condición que era buena ayer o el año pasado se ha vuelto mala de repente o gradualmente. La misma condición que lo hizo feliz, lo hace entonces infeliz. La prosperidad de hoy se vuelve el consumismo vacío de mañana. El matrimonio y la luna de miel felices se convierten en el divorcio o la coexistencia desdichada. O la condición desaparece, así que su ausencia lo hace infeliz. Cuando una condición o situación a la que la mente se ha apegado y con la que se han identificado cambia o desaparece, la mente no puede aceptarlo. Se aferrará a la condición que desaparece y se resistirá al cambio. Es casi como si le arrancaran un miembro de su cuerpo.
    
 
 A veces oímos decir que personas que han perdido todo su dinero o cuya reputación se ha arruinado, se suicidan.  Estos son los casos extremos. Otros, cuando tienen una gran pérdida de un tipo u otro, simplemente se vuelven profundamente infelices o se hacen daño a sí mismos. No pueden distinguir entre su vida y su situación vital. Hace poco leí sobre una famosa actriz que murió a los ochenta y tantos años. Cuando su belleza empezó a desvanecerse y a ser devastada por la vejez, ella se volvió desesperadamente infeliz y se recluyó. También ella se había identificado con una condición: su apariencia externa. Primero, la condición le dio un sentido feliz de sí misma, luego uno infeliz. Si hubiera sido capaz de conectarse con la vida sin forma y sin tiempo de su interioridad, podría haber observado y permitido el marchitamiento de su forma externa desde un lugar de serenidad y paz. Más aún, su forma externa se habría vuelto cada vez más transparente a la luz de su naturaleza verdadera y sin edad que brillaba a través de ella, así que su belleza no se habría marchitado sino simplemente se habría transformado en belleza espiritual. Sin embargo, nadie le dijo que esto era posible. El tipo de conocimiento más esencial no es todavía ampliamente accesible.”

        
Páginas 177 a 180 de “El poder del Ahora” de Eckhart Tolle  Grupo  Editorial Norma- Buenos Aires 2000

miércoles, 7 de diciembre de 2011

FIESTAS DE FIN DE AÑO

  Ya se siente el clima de las fiestas, en la calle, en las reuniones donde de pronto nos escuchamos diciendo: Si no te veo, te deseo felices fiestas. Entonces algo ocurre. Los balances de fin de año, las ausencias o los proyectos no concretados aparecen mostrándonos su lucecita roja. Y todo eso otro que viene vaya a saber desde dónde y que aflora: emociones, recuerdos, impulsos.  Ya sabemos que lo que la sociedad nos ofrece está cercano al aturdimiento. Comprar y consumir objetos, y no sólo objetos sino situaciones esperables. Lo que falta y lo sabemos, es la conexión con nuestro interior y la fecha con su vibración privilegiada es lo que en verdad nos está propiciando, pero no es lo que la gente suele buscar. La mayor parte de los conflictos sobreviene porque no se combinó la cena aquí o allá, con este pariente o con este otro. Lo que yo percibo en estos días es esa sensación de que  las personas se persiguen a sí mismas persiguiendo acciones que en muchos casos no son significativas.  Las personas tratan de no estar solas físicamente hablando, se reúnen, a veces produciendo encuentros legítimos, pero otras tantas sólo para embriagarse o hacer ruido. Hay mucho ruido y ese es el problema. Lo que me pide mi interior es una gran dosis de silencio y como todos años me ocurre que no sé qué hacer, ni adónde ir. Y sé que no se trata de que cene con fulano o mengana. Este año más que nunca escucho una voz que me pide silencio. Y resulta irónico, todo el mundo habla de reunirse, te dice que no te quedes sola como si estar sola fuera una maldición. Sin embargo yo no encuentro silencio donde hay tanta gente, gente que suele no poder escucharse a sí misma. Tengo la absoluta convicción de que lo que todos necesitamos hoy más que nunca es parar el mundo. Hay una frase que dice con frecuencia en sus libros Carlos Castaneda: apagar el mundo. Para entrar en el espacio sagrado necesito apagar el mundo y no ensordecerme con él, en medio de él y en nombre de él. Cristo naciendo en un pesebre me parece una imagen perfecta. Los animales no hablan. Y por si esto fuera poco, a todo el bochinche se le suman los petardos y toda esa pirotecnia ensordecedora.  La energía que viene desde el 11-11 y, por supuesto, desde más atrás también, nos pide reconocimiento y conexión con el ser interno.  Para que algo nazca, algo nuevo, desde ya, necesitamos tener conciencia de aquello que debe morir en nosotros creando así el espacio necesario para eso que antes no estuvo.  El silencio es el territorio de la Divinidad. En el silencio donde parece no existir nada, podemos encontrarlo todo. Demasiada comida, demasiados objetos recién comprados, demasiadas acciones no hacen más que atiborrarnos. Eso es lo que siento, lo que pide mi alma, por ahora.
                                           

martes, 22 de noviembre de 2011

ACTITUDES REACTIVAS

Ocurre con  frecuencia que cuando reaccionamos muy rápido ante la pregunta o el comentario de otra persona y por lo general reactivamente es porque una parte de nosotros intenta cubrir algo, en especial ante nosotros mismos. La respuesta se vislumbra demasiado automática, demasiado mecánica y por eso mismo muestra su necesidad de tapar enseguida. El silencio invita a la reflexión, a dar vuelta lo escuchado, a observarlo, a contemplarlo. La palabra inmediata sella, clausura posteriores interpretaciones.
    No es raro que las personas que reaccionen tapando con su respuesta o su opinión lo que el otro dice sean conservadoras, conservan lo que ya conocen y no lo quieren cambiar. Y no es raro tampoco que estas personas estén expuestas a vivir grandes dolores. En parte porque la actitud reactiva que es un modo de funcionar de la mente se imprime en todo su ser y por lo tanto en todos los planos de su existencia, Es un mecanismo bipolar. La polaridad reinando en todos los espacios es como un péndulo que se agita de un lado al otro y no cesa.  En esta modalidad de funcionamiento es muy común escuchar que las personas suelen ponderar mucho algo para criticar excesivamente su opuesto, al menos en algunos o algún aspecto. Esa oposición extrema parece darle sentido a su vida y configura su paradigma. Suelen haber también muchos juicios de valor sobre las otras personas y su forma de proceder. Todo busca ser catalogado bajo una forma fija e invariable. Es el reino de la mente y, por lo tanto, el corazón está afuera, la compasión  se encuentra lejos y la persona sufre de una carencia básica: su juicio la aleja de los seres y las cosas enormemente. El resultado es una sensación de soledad.
   La experiencia del dolor en estos casos es un gran remedio. El dolor se presenta como una experiencia que aunque desearíamos evitarla como fuera, a mediano o corto plazo abre las puertas de una liberación de esta forma de funcionamiento. ¿Qué hace el dolor? El dolor profundiza un lado de la polaridad, como si acorralara al ser y lo llevara allí para que experimente en profundidad una de las caras de la moneda. Bien se dice que tocando fondo se puede subir a la superficie. Y así opera. Después del dolor algo ocurre con el movimiento pendular u opositivo. Algo que  en lo podríamos  profundizar. El alma buscó esa experiencia del dolor para superar ese movimiento insoportable que aislaba del amor a la persona. El dolor no es el único camino, es el camino que a veces necesitamos utilizar en  última instancia porque no hemos podido aprender de otra manera. Claro que a veces la experiencia del dolor no rescata a la persona de ese modo de operar sobre sí misma y el mundo, a veces agrava y profundiza el funcionamiento bipolar. Eso sucede cuando la respuesta no es la adecuada, cuando se instala el resentimiento. Re- sentir: volver a sentir. Cuando la persona no se deja atravesar por el dolor o no lo atraviesa y convierte ese dolor en un polo más fuerte para seguir operando dualmente. Es decir no sale del apego sino que encuentra en la experiencia una nueva forma de fortalecer lo viejo y no de trascenderlo. Pero ya sabemos que nadie sale inmune del dolor, algo queda en el alma, algo que el alma quizá más adelante pueda reelaborar, indagar, en el dolor hay una lucecita que está muy encerrada y vino a socorrernos de nosotros mismos.
   Sabemos que el dolor que,  ha sido una forma de crecimiento típica de la era pisciana, no es el camino que se nos abre como más fecundo y prometedor en los tiempos que corren. Estamos aprendiendo a crecer desde el amor, sin embargo  formamos parte de la escuela de vida y no podemos ocultar aún que ese es un camino que todavía existe.
   El amor supera la dualidad, el amor nunca nos hace sentir solos estemos donde estemos. El amor es la forma en que la divinidad se muestra en este plano de existencia en todos los niveles de la creación.



Foto Carmen Fernández
   


                                        

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viernes, 28 de octubre de 2011

ARGENTINA, PATRIA DE LA DIVERSIDAD

                                                     



  Desde que tengo memoria he escuchado conversaciones en las que todos recordábamos a un abuelo o a un bisabuelo inmigrante. En la Argentina la gran mayoría de los habitantes somos hijos o nietos de los barcos. Un barco es algo tan frágil si se lo mira desde lo alto, tiene un nombre de bautismo y  se mueve por la fluida agua. De allí venimos los argentinos.  Se dice también que nuestros ancestros  llegaron con una mano atrás y otra adelante. Esa es la metáfora más común para expresar que no  trajeron nada material. Sólo trajeron memoria, cultura, un  apellido que, en unos cuantos casos, fue desdibujado o alterado según la torpeza o el desconocimiento del empleado de aduana que no entendía el alemán o desconocía las dobles consonantes italianas. Somos hijos de la transformación permanente. Pero también de la desmemoria. Nuestros abuelos y bisabuelos querían afianzarse, ser aceptados, hacer la América y cortaron lazos con sus países de origen.  Aprender el idioma, escolarizarse, nacionalizarse cuanto antes y así  la familia quedó del otro lado del océano, desmembrada. Los argentinos somos, entonces, hijos de la pérdida, una pérdida que a veces sabemos trascender en desapego y en otros casos, por desgracia, no.
    Se suele decir que los argentinos hacemos un poco de aspaviento con nuestros ancestros europeos  siendo  habitantes de un continente indígena. En parte puede ser por este afán tan nuestro de agrandar las cosas, la prosapia tanto como la tragedia. Pero quizá intentamos compensar esa falta de raíz que nos dejó el largo viaje por agua en barco y el corte que se hizo, como falta  el lazo, intentamos repararlo haciendo memoria. Yo, personalmente tengo abuelos y bisabuelos alemanes, austríacos, franceses, italianos del norte, pero mi cara es mora,  igual a la de mi madre que tenía ancestros españoles. Y seguro que por allá atrás tengo sangre india y de judíos conversos. En mi familia todos tenemos ojos de distinto color.
   Esta mezcla de razas, credos y culturales ha dejado huellas en lo que es nuestra nación. La mirada de los extranjeros que visitan por primera vez nuestro país suele ser una mirada con un poco de asombro. Dicen: No pensamos que Buenos Aires era una ciudad cosmopolita tan al sur, no me imaginé que la gente fuese tan amigable o es increíble el largo viaje que hay que hacer, mucha pampa, para ir de un sitio a otro. El contraste es otra cualidad u otra desventaja según se lo mire. Grandes extensiones de tierra, diversidad geográfica, nos jactamos de tener los cuatro climas en el territorio nacional, sitios deshabitados y ciudades superpobladas donde nos apiñamos.
    En el preámbulo de nuestra Constitución Nacional se dice expresamente que el país está abierto para todos aquellos que quieran habitar el suelo argentino. No dejo de leerlo sin emoción, la misma emoción que me despierta el evocar a mi bisabuelo viniendo joven de una Italia que lo llenó de hambre, en la bodega de un barco. Una mano atrás y otra adelante en el principio y luego todos nosotros con los brazos abiertos. Esa es la Argentina, este país, el mío, que amo profundamente.  Un país que generalmente tratamos muy mal, que aún no aprendimos a valorar. Se  anunció que la Argentina iba a ser un centro de evolución espiritual. Pensé que era otra de nuestras megalomanías. Por un lado somos grandilocuentes pero también  muy creativos, inteligentes. Venimos de la escasez y periódicamente sufrimos crisis económicas o sangrientos golpes militares. Y siempre renacemos.  Con muy poco inventamos algo, siempre nos las arreglamos. Lo cierto es que era cierto eso de la evolución espiritual, ya lo estamos viviendo: en la Argentina el nuevo paradigma se avizora en cursos, en talleres, en toda clase de enseñanzas y muchas veces gratuitos. Esto es un semillero. Claro, a veces somos frívolos y abrazamos las ideas que vienen de afuera con tanta facilidad. Pero estas ideas, las espirituales, vienen de adentro. Somos raros, lo sé, somos ese tan mentado “crisol de razas”.  No sabemos cerrar nuestras fronteras, no conocemos el sentido de la autoprotección, vienen y se llevan lo que quieren: peces, agua, metales preciosos, extensiones territoriales, las islas Malvinas. Y seguiremos recibiendo gente porque lo que tenemos de defecto lo tenemos también de cualidad. Una especie de contradicción andante. No podía ser de otra manera, esta es una tierra fértil para la evolución espiritual. Todo está por empezar, todo se renueva a cada instante. Hay profecías que dicen que vendrán muchos, muchos más. Que vendrán como nuestros abuelos y bisabuelos con una mano atrás y otra adelante. Y nosotros, por supuesto, estaremos con los brazos abiertos.
                                                                               
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martes, 18 de octubre de 2011

CADENCIAS

           

  Me desperté entonando la melodía de una plegaria que estoy estudiando. Raro, me dije, tardo bastante en memorizar sonidos. Tenía pensado escribir un artículo pero enseguida sonó el timbre, muy temprano, eran los obreros del edificio  de al lado de mi casa que venían a quitar los parantes de mis patios. Otra vez el ruido, la suciedad. Pero al menos avanza el proceso hacia cierto nuevo orden que en realidad me permite recuperar la casa que alguna vez tuve.  De pronto escuché a los dos obreros hablando en guaraní y tuve la sensación de que el guaraní era un espacio sagrado para ellos, un espacio que los encerraba en lo familiar, que los vinculaba fuera de la intrusión del mundo. Yo, por supuesto, no entendía nada. A pesar de las molestias la idea del artículo me seguía dando vueltas en la cabeza. Quería escribir sobre el modo en que las personas fueron creando corazas a lo largo de la historia, de cómo la falta de amor y aceptación hace nacer en un niño el ego como forma compensatoria y con los años nace el orgullo para remediar ideales rotos. Pensaba en la forma de desmontar el camino que vino atravesando nuestra humana conciencia para llegar hasta hoy. Y hoy es la ruptura con un orden donde prevaleció la armonía. Se trata de un armado artificial, de una estructura que intentó remediar la falta de amor y ocupó su lugar. El resultado desde ya es una suerte de anemia espiritual.  La energía busca atajos, sigue moviéndose y al no hallar la frecuencia óptima digamos que funciona en disonancia. Así fui viendo el camino de la humanidad. Claro que también pensaba en que ese orden lo hemos comenzado a recuperar, en eso estamos y no hay manera de frenarlo.

   Lamentablemente mi artículo era sólo una idea, un proyecto en mi cabeza mientras los obreros paraguayos balbuceaban su idioma y a cada rato me llamaban: Doña, tiene agua fría,  y un balde. Y por favor esto o aquello. Uno de los paraguayos se subió sobre los parantes, quedó alto y enclenque en el aire alto, el otro tironeaba. Entre ellos se entienden, pensé, traen a su país a cuestas, nunca se fueron, nunca se van a ir, su conversación  me lo atestigua.
   Lo interesante, me dije,  siguiendo con la idea de mi artículo es que la energía se las arregla siempre para amoldarse, no desaparece, es blanda, es obediente a nuestro planteo interior. ¿De qué forma nos desviamos tanto del camino del corazón? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Hasta cuándo?  
   Mientras pensaba en el artículo que tal vez ya no iba a escribir y escuchaba el rumor de las conversaciones en guaraní me di cuenta,   de un modo inesperado, que la plegaria que había comenzado a estudiar me acompañaba internamente como un sonido de fondo, que esa melodía me atravesaba y su compañía me daba abrigo,  pensé entonces que el sonido y la cadencia del guaraní a los obreros les  otorgaba identidad mientras trabajaban, que ese idioma los rescataba de la indiferencia de la gran ciudad.  Así, quizá de alguna manera confusa, sentí que existía una corriente de amor que nos atravesaba y que venía desde muy lejos y que nunca se había interrumpido. Esa corriente ha permanecido intacta  y nos viene sosteniendo desde el principio a todos, al mundo entero, al universo. Ya no necesitaba escribir, las palabras de los obreros en su idioma natal y el ritmo de mi plegaria llenaron mi casa, mi alma. Todo estaba en orden.



                                
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domingo, 16 de octubre de 2011

CUANDO EL CONFLICTO ES NUESTRO ALIMENTO


 Sabemos que todo ser vivo necesita nutrirse para vivir. El humano fue configurando sus funciones cerebrales en función de esa supervivencia física, por eso aún ahora tenemos ciertos condicionamientos como raza que responden a viejos patrones de supervivencia que nos entroncan con los primates. Muchas de nuestras respuestas emocionales siguen estos patrones y hasta el modo en que almacenamos grasa está pautado por un cerebro que necesitaba sobrevivir en época de hambrunas cuando la realidad presente en muchas sociedades actuales está lejos de esa situación. Ahora bien, en el plano energético por una ley de correspondencia inevitable sucede algo similar. Todas las personas necesitan imperiosamente cargarse de energía, la forma más equilibrada es a través del amor, pero cuando la energía del amor está ausente aparecen mecanismos de compensación y la persona se carga de energía sutil mediante esos mecanismos que no vibran en frecuencias de amorosidad.
    Uno de ellos es el conflicto. El conflicto de apoya en la dualidad y como bien sabemos, el amor trasciende esa dualidad. De modo que estamos hablando de dos energías diferentes. Conocemos perfectamente a personas que siempre están sumergidas en situaciones aparentemente indisolubles, tironeadas por esto o aquello. Cuando en apariencia una situación se resuelve comienzan a ser atrapados por otra, cambia el escenario, cambian los actores pero el comportamiento de la energía es el mismo. Se habla de adicción al dolor, gente que necesita que ocurra algo en su vida para sentirse viva.  Estamos frente a un caso de falta de amor, cuando el amor surge todo se nivela, todo se comprende, todo se acepta. En muchas ocasiones cité el ejemplo de las plantitas. Es un experimento que cualquiera puede hacer en su propia casa. Tenemos tres plantas. Una es regada con amor, se le habla, se le pone música, se la riega experimentando cariño hacia ella. Otra es regada con absoluta indiferencia y otra con odio, se la insulta, se la somete a ruidos disonantes. Pues bien: al cabo de un tiempo la planta regada con amor está rozagante, la regada con odio está exactamente igual de espléndida. La que muy probablemente esté seca es la regada con indiferencia. Esto nos demuestra que todo ser vivo necesita alguna clase de energía para sobrevivir. Es conocido el caso de los niños que lloran en hogares colectivos, alejados de sus madres. No bien alguien los alza, se calman. Necesitan el contacto humano, la vibración energética que les paute un modo de vibración a su propio organismo. Cuando un ser humano no encuentra eso en la  cordialidad de las relaciones, suele suplirlo con violencia, la violencia no es otra cosa que el quebrantamiento del ritmo de una energía equilibrada, por eso decimos que la violencia es la ruptura de la ley del amor. Socialmente estamos viendo cómo esto ocurre en forma diaria. La necesidad de la noticia que cause impacto, del escándalo, de la aparición de emociones como la indignación, el enojo y todas sus variantes no son otra cosa que un intento desesperado por nutrirse que hace la gente. Equivoca la frecuencia vibratoria, es simple y llanamente una  falta de conocimiento básico. Hoy, que está tan boga la modificación de la dieta nutricional, quizá estemos más aptos para revisar con qué otra clase de alimentos nos sostenemos.
Recuerdo una situación muy concreta y muy decisiva para mí. Aquel día había sido invitada a dar una charla en una escuela para chicos, me llamó la directora por teléfono y me dijo que iba a pasarme a buscar un remise. Llegó el remise y luego de un viaje bastante prolongado noté que entrábamos en una villa de emergencia. La escuela estaba en el medio de la villa. Lo que ocurrió después abrió mi corazón. Las madres de los alumnos habían venido a escuchar a esa escritora de literatura infantil para aprender algo. Lo curioso es que yo aprendí de ellas mucho más. Después en una breve charla con la directora sobre la tarea social y no sólo educativa que de desarrollaba allí y de las muchas dificultades me contó una anécdota que para mí resultó reveladora.
     Me contó la directora que un estudiante no se adaptaba, se peleaba, creaba situaciones de conflicto constantemente y ya no sabían qué hacer con él. Una vez algo ocurrió y el chico empezó a llorar desconsoladamente, fue algo que llegó a su centro y modificó sus emociones. Entonces este chico dijo algo que se podía interpretar como que él no sabía que la gente se podía relacionar amablemente, con dulzura y aceptación, simplemente nunca lo había conocido en su casa, lo único que había aprendido y experimentado era relacionarse desde la violencia. Su forma de relación era esa porque esa es la que había conocido en su casa. Para él conectarse con otra persona era crear fricción porque su experiencia lo llevaba a eso.  Como las plantitas del experimento este chico recurría a la forma de adquirir energía que había aprendido. Cuando aprendió otra y descubrió que se llenaba de otra clase de energía la adoptó porque sus beneficios se hicieron evidentes. Claro que esto no ocurrió de un modo lineal ni sin ida y vueltas, todo camino en este plano se nutre de la dualidad, del juego de luces y sombras en el que necesitamos aprender a movernos evitando ser tragados por la oscuridad. Las energías en sus distintos niveles vibratorios están a nuestra disposición, como los chicos de la escuela podemos elegir aprender a manejarlas o continuar actuando automáticamente sin discernir dejándonos arrastrar por lo denso y oscuro. Sí, podemos elegir, de eso no cabe la menor duda.
                                                                    

ENTREGA Y TRASCENDENCIA

 


Al parecer nuestra mente se adhiere, se estanca en un pensamiento o en una secuencia ininterrumpida de pensamientos. Tenemos la llamada mente de mono.  Esta metáfora  que surge al asociar el funcionamiento de nuestra mente con el mono se debe  principalmente a la costumbre que tiene un mono de introducir uno de sus miembros superiores en un recipiente para atrapar lo que quiere, su mano al no soltar lo atrapado queda presa dentro del recipiente, si lo soltara, se liberaría. Claro que también esta metáfora se apoya en el hecho de que  el mono tiene un movimiento inquieto, constante y perturbador. De allí que practiquemos la meditación para que nuestra mente se sustraiga de este modo de funcionar o comportarse. Pero claro, la tendencia loca de nuestra mente persiste. Entonces aprender a entregar, a soltar así como ese monito no suelta lo obtenido dentro del recipiente es la clave. Aflojar esa secuencia obsesiva que la mente tiene de atrapar y apegarse a un pensamiento y otro lo llamamos “entrega”. Cuando la mente retrocede, el alma avanza. Es obvio que la entrega no nos resulta una práctica sencilla debido a que tenemos internacionalizado ya desde nuestro ADN este modo de funcionar. Pero la evolución necesita del juego de las polaridades, de modo que nuestra energía pendula y pendula hasta que encuentra un punto medio.  Alcanzar de forma más permanente ese punto medio  alimenta nuestro ejercicio diario en nuestras prácticas, especialmente en la meditación. Sabemos que la clave  está en trabajar con nuestra mente. Entregar o poner la mente en blanco es una acto de sumisión y rendición a un poder superior,  entendemos por superior  a aquello que está por encima de lo rige nuestro funcionamiento mental que es puramente mecánico y, como tal, no puede suministrarnos más que repetición, que volver a lo conocido. El conocimiento no se refugia en la repetición sino en el hallazgo de lo antes no conocido. La entrega implica aceptar el silencio, es lo que comúnmente llamamos “poner la mente en blanco”. Lo blanco, la luz, el silencio, en síntesis conectarnos con la luz que somos y que la cultura y los condicionamientos replegaron a un plano oculto. Desocultar la luz que es nuestro ser interno, lo que somos desde el origen, desde el momento en que el OM comenzó a intensificarse desde su remoto sitio central, es decir acercarnos a ese centro, a esa fuente, la luz misma, lo que somos y hemos olvidado. Sin entrega no hay trascendencia, trascendernos a nosotros mismos, a nuestra partecita animal, ir más allá de lo que nuestro cuerpo contornea, salirnos del tiempo lineal, de la forma alcanzada para vibrar en la alta frecuencia que todo lo abarca. La entrega es la clave, para lo que necesitamos confiar en el infinito poder de esa fuerza