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domingo, 16 de octubre de 2011

CUANDO EL CONFLICTO ES NUESTRO ALIMENTO


 Sabemos que todo ser vivo necesita nutrirse para vivir. El humano fue configurando sus funciones cerebrales en función de esa supervivencia física, por eso aún ahora tenemos ciertos condicionamientos como raza que responden a viejos patrones de supervivencia que nos entroncan con los primates. Muchas de nuestras respuestas emocionales siguen estos patrones y hasta el modo en que almacenamos grasa está pautado por un cerebro que necesitaba sobrevivir en época de hambrunas cuando la realidad presente en muchas sociedades actuales está lejos de esa situación. Ahora bien, en el plano energético por una ley de correspondencia inevitable sucede algo similar. Todas las personas necesitan imperiosamente cargarse de energía, la forma más equilibrada es a través del amor, pero cuando la energía del amor está ausente aparecen mecanismos de compensación y la persona se carga de energía sutil mediante esos mecanismos que no vibran en frecuencias de amorosidad.
    Uno de ellos es el conflicto. El conflicto de apoya en la dualidad y como bien sabemos, el amor trasciende esa dualidad. De modo que estamos hablando de dos energías diferentes. Conocemos perfectamente a personas que siempre están sumergidas en situaciones aparentemente indisolubles, tironeadas por esto o aquello. Cuando en apariencia una situación se resuelve comienzan a ser atrapados por otra, cambia el escenario, cambian los actores pero el comportamiento de la energía es el mismo. Se habla de adicción al dolor, gente que necesita que ocurra algo en su vida para sentirse viva.  Estamos frente a un caso de falta de amor, cuando el amor surge todo se nivela, todo se comprende, todo se acepta. En muchas ocasiones cité el ejemplo de las plantitas. Es un experimento que cualquiera puede hacer en su propia casa. Tenemos tres plantas. Una es regada con amor, se le habla, se le pone música, se la riega experimentando cariño hacia ella. Otra es regada con absoluta indiferencia y otra con odio, se la insulta, se la somete a ruidos disonantes. Pues bien: al cabo de un tiempo la planta regada con amor está rozagante, la regada con odio está exactamente igual de espléndida. La que muy probablemente esté seca es la regada con indiferencia. Esto nos demuestra que todo ser vivo necesita alguna clase de energía para sobrevivir. Es conocido el caso de los niños que lloran en hogares colectivos, alejados de sus madres. No bien alguien los alza, se calman. Necesitan el contacto humano, la vibración energética que les paute un modo de vibración a su propio organismo. Cuando un ser humano no encuentra eso en la  cordialidad de las relaciones, suele suplirlo con violencia, la violencia no es otra cosa que el quebrantamiento del ritmo de una energía equilibrada, por eso decimos que la violencia es la ruptura de la ley del amor. Socialmente estamos viendo cómo esto ocurre en forma diaria. La necesidad de la noticia que cause impacto, del escándalo, de la aparición de emociones como la indignación, el enojo y todas sus variantes no son otra cosa que un intento desesperado por nutrirse que hace la gente. Equivoca la frecuencia vibratoria, es simple y llanamente una  falta de conocimiento básico. Hoy, que está tan boga la modificación de la dieta nutricional, quizá estemos más aptos para revisar con qué otra clase de alimentos nos sostenemos.
Recuerdo una situación muy concreta y muy decisiva para mí. Aquel día había sido invitada a dar una charla en una escuela para chicos, me llamó la directora por teléfono y me dijo que iba a pasarme a buscar un remise. Llegó el remise y luego de un viaje bastante prolongado noté que entrábamos en una villa de emergencia. La escuela estaba en el medio de la villa. Lo que ocurrió después abrió mi corazón. Las madres de los alumnos habían venido a escuchar a esa escritora de literatura infantil para aprender algo. Lo curioso es que yo aprendí de ellas mucho más. Después en una breve charla con la directora sobre la tarea social y no sólo educativa que de desarrollaba allí y de las muchas dificultades me contó una anécdota que para mí resultó reveladora.
     Me contó la directora que un estudiante no se adaptaba, se peleaba, creaba situaciones de conflicto constantemente y ya no sabían qué hacer con él. Una vez algo ocurrió y el chico empezó a llorar desconsoladamente, fue algo que llegó a su centro y modificó sus emociones. Entonces este chico dijo algo que se podía interpretar como que él no sabía que la gente se podía relacionar amablemente, con dulzura y aceptación, simplemente nunca lo había conocido en su casa, lo único que había aprendido y experimentado era relacionarse desde la violencia. Su forma de relación era esa porque esa es la que había conocido en su casa. Para él conectarse con otra persona era crear fricción porque su experiencia lo llevaba a eso.  Como las plantitas del experimento este chico recurría a la forma de adquirir energía que había aprendido. Cuando aprendió otra y descubrió que se llenaba de otra clase de energía la adoptó porque sus beneficios se hicieron evidentes. Claro que esto no ocurrió de un modo lineal ni sin ida y vueltas, todo camino en este plano se nutre de la dualidad, del juego de luces y sombras en el que necesitamos aprender a movernos evitando ser tragados por la oscuridad. Las energías en sus distintos niveles vibratorios están a nuestra disposición, como los chicos de la escuela podemos elegir aprender a manejarlas o continuar actuando automáticamente sin discernir dejándonos arrastrar por lo denso y oscuro. Sí, podemos elegir, de eso no cabe la menor duda.
                                                                    

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