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viernes, 28 de octubre de 2011

ARGENTINA, PATRIA DE LA DIVERSIDAD

                                                     



  Desde que tengo memoria he escuchado conversaciones en las que todos recordábamos a un abuelo o a un bisabuelo inmigrante. En la Argentina la gran mayoría de los habitantes somos hijos o nietos de los barcos. Un barco es algo tan frágil si se lo mira desde lo alto, tiene un nombre de bautismo y  se mueve por la fluida agua. De allí venimos los argentinos.  Se dice también que nuestros ancestros  llegaron con una mano atrás y otra adelante. Esa es la metáfora más común para expresar que no  trajeron nada material. Sólo trajeron memoria, cultura, un  apellido que, en unos cuantos casos, fue desdibujado o alterado según la torpeza o el desconocimiento del empleado de aduana que no entendía el alemán o desconocía las dobles consonantes italianas. Somos hijos de la transformación permanente. Pero también de la desmemoria. Nuestros abuelos y bisabuelos querían afianzarse, ser aceptados, hacer la América y cortaron lazos con sus países de origen.  Aprender el idioma, escolarizarse, nacionalizarse cuanto antes y así  la familia quedó del otro lado del océano, desmembrada. Los argentinos somos, entonces, hijos de la pérdida, una pérdida que a veces sabemos trascender en desapego y en otros casos, por desgracia, no.
    Se suele decir que los argentinos hacemos un poco de aspaviento con nuestros ancestros europeos  siendo  habitantes de un continente indígena. En parte puede ser por este afán tan nuestro de agrandar las cosas, la prosapia tanto como la tragedia. Pero quizá intentamos compensar esa falta de raíz que nos dejó el largo viaje por agua en barco y el corte que se hizo, como falta  el lazo, intentamos repararlo haciendo memoria. Yo, personalmente tengo abuelos y bisabuelos alemanes, austríacos, franceses, italianos del norte, pero mi cara es mora,  igual a la de mi madre que tenía ancestros españoles. Y seguro que por allá atrás tengo sangre india y de judíos conversos. En mi familia todos tenemos ojos de distinto color.
   Esta mezcla de razas, credos y culturales ha dejado huellas en lo que es nuestra nación. La mirada de los extranjeros que visitan por primera vez nuestro país suele ser una mirada con un poco de asombro. Dicen: No pensamos que Buenos Aires era una ciudad cosmopolita tan al sur, no me imaginé que la gente fuese tan amigable o es increíble el largo viaje que hay que hacer, mucha pampa, para ir de un sitio a otro. El contraste es otra cualidad u otra desventaja según se lo mire. Grandes extensiones de tierra, diversidad geográfica, nos jactamos de tener los cuatro climas en el territorio nacional, sitios deshabitados y ciudades superpobladas donde nos apiñamos.
    En el preámbulo de nuestra Constitución Nacional se dice expresamente que el país está abierto para todos aquellos que quieran habitar el suelo argentino. No dejo de leerlo sin emoción, la misma emoción que me despierta el evocar a mi bisabuelo viniendo joven de una Italia que lo llenó de hambre, en la bodega de un barco. Una mano atrás y otra adelante en el principio y luego todos nosotros con los brazos abiertos. Esa es la Argentina, este país, el mío, que amo profundamente.  Un país que generalmente tratamos muy mal, que aún no aprendimos a valorar. Se  anunció que la Argentina iba a ser un centro de evolución espiritual. Pensé que era otra de nuestras megalomanías. Por un lado somos grandilocuentes pero también  muy creativos, inteligentes. Venimos de la escasez y periódicamente sufrimos crisis económicas o sangrientos golpes militares. Y siempre renacemos.  Con muy poco inventamos algo, siempre nos las arreglamos. Lo cierto es que era cierto eso de la evolución espiritual, ya lo estamos viviendo: en la Argentina el nuevo paradigma se avizora en cursos, en talleres, en toda clase de enseñanzas y muchas veces gratuitos. Esto es un semillero. Claro, a veces somos frívolos y abrazamos las ideas que vienen de afuera con tanta facilidad. Pero estas ideas, las espirituales, vienen de adentro. Somos raros, lo sé, somos ese tan mentado “crisol de razas”.  No sabemos cerrar nuestras fronteras, no conocemos el sentido de la autoprotección, vienen y se llevan lo que quieren: peces, agua, metales preciosos, extensiones territoriales, las islas Malvinas. Y seguiremos recibiendo gente porque lo que tenemos de defecto lo tenemos también de cualidad. Una especie de contradicción andante. No podía ser de otra manera, esta es una tierra fértil para la evolución espiritual. Todo está por empezar, todo se renueva a cada instante. Hay profecías que dicen que vendrán muchos, muchos más. Que vendrán como nuestros abuelos y bisabuelos con una mano atrás y otra adelante. Y nosotros, por supuesto, estaremos con los brazos abiertos.
                                                                               
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