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domingo, 16 de octubre de 2011

ENTREGA Y TRASCENDENCIA

 


Al parecer nuestra mente se adhiere, se estanca en un pensamiento o en una secuencia ininterrumpida de pensamientos. Tenemos la llamada mente de mono.  Esta metáfora  que surge al asociar el funcionamiento de nuestra mente con el mono se debe  principalmente a la costumbre que tiene un mono de introducir uno de sus miembros superiores en un recipiente para atrapar lo que quiere, su mano al no soltar lo atrapado queda presa dentro del recipiente, si lo soltara, se liberaría. Claro que también esta metáfora se apoya en el hecho de que  el mono tiene un movimiento inquieto, constante y perturbador. De allí que practiquemos la meditación para que nuestra mente se sustraiga de este modo de funcionar o comportarse. Pero claro, la tendencia loca de nuestra mente persiste. Entonces aprender a entregar, a soltar así como ese monito no suelta lo obtenido dentro del recipiente es la clave. Aflojar esa secuencia obsesiva que la mente tiene de atrapar y apegarse a un pensamiento y otro lo llamamos “entrega”. Cuando la mente retrocede, el alma avanza. Es obvio que la entrega no nos resulta una práctica sencilla debido a que tenemos internacionalizado ya desde nuestro ADN este modo de funcionar. Pero la evolución necesita del juego de las polaridades, de modo que nuestra energía pendula y pendula hasta que encuentra un punto medio.  Alcanzar de forma más permanente ese punto medio  alimenta nuestro ejercicio diario en nuestras prácticas, especialmente en la meditación. Sabemos que la clave  está en trabajar con nuestra mente. Entregar o poner la mente en blanco es una acto de sumisión y rendición a un poder superior,  entendemos por superior  a aquello que está por encima de lo rige nuestro funcionamiento mental que es puramente mecánico y, como tal, no puede suministrarnos más que repetición, que volver a lo conocido. El conocimiento no se refugia en la repetición sino en el hallazgo de lo antes no conocido. La entrega implica aceptar el silencio, es lo que comúnmente llamamos “poner la mente en blanco”. Lo blanco, la luz, el silencio, en síntesis conectarnos con la luz que somos y que la cultura y los condicionamientos replegaron a un plano oculto. Desocultar la luz que es nuestro ser interno, lo que somos desde el origen, desde el momento en que el OM comenzó a intensificarse desde su remoto sitio central, es decir acercarnos a ese centro, a esa fuente, la luz misma, lo que somos y hemos olvidado. Sin entrega no hay trascendencia, trascendernos a nosotros mismos, a nuestra partecita animal, ir más allá de lo que nuestro cuerpo contornea, salirnos del tiempo lineal, de la forma alcanzada para vibrar en la alta frecuencia que todo lo abarca. La entrega es la clave, para lo que necesitamos confiar en el infinito poder de esa fuerza


                                                           

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