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jueves, 4 de abril de 2013

LA VERDADERA SOLEDAD



  Conocemos perfectamente uno de los ritos de iniciación, típicos de las culturas de los pueblos originarios de América, que consiste en que un niño que está a punto de dejar de ser niño para pasar a la etapa siguiente caiga desde la altura a un espacio vacío. Mediante este rito el niño incorpora un conocimiento: deja ya el abrigo de los padres como sostén permanente para experimentar su propia fuerza como sostén principal. En algunos procesos chamánicos de crecimiento interior se utiliza para adultos ya bien crecido el mismo rito. Recuerdo que en un taller que hice una vez la experiencia intentaba incorporar el sentido opuesto: Debíamos dejarnos caer hacia atrás confiando en que uno o varios compañeros nos sostendrían y eso tenía necesariamente que suceder para aprender así a sentirse conectados y apoyados por el grupo.
   Una técnica parecida suele emplearse en los grupos de dependencia a las drogas, alcohol y otras variantes, si bien el compañero se siente sostenido por el grupo y apoyado por un programa a veces se pone dependiente de las personas y traslada a  los demás o al grupo su forma de relación conocida: apegarse a todo, tomar a las personas como sustancias o drogas y no las registra como seres humanos. Entonces de alguna manera es dejado caer en el vacío, se le enseña que debe aprender a estar solo porque todos los sostenes verdaderos están dentro de él, en su interioridad sabia. De lo contrario cambiaría droga o alcohol por un modo de relación no saludable, no genuino con las otras personas. Esa sí es una experiencia de profunda y verdadera soledad, al principio es vivida como abandono y soledad porque  a la persona en cuestión le falta conocimiento, pero sólo así, en contacto consigo mismo mediante ese vacío creado, puede reconocer sus sostenes internos.
En muchas ocasiones en nuestra vida diaria necesitamos recurrir a la experiencia de crear vacío frente a otro. Cuando por ejemplo una persona busca llamar la atención pretendiendo ser el centro de todo, cuando un niño se pone excesivamente demandante por puro capricho, cuando la amiga emplea la autocompasión para ser  atendida de modo permanente sin  poder escuchar al otro al punto de concebirse como un personaje trágico, sin duda no quiere crecer, le resulta cómodo ese rol que se inventó para sí misma que le permite devorar energía circundante. Ese paso al costado que damos es una oportunidad para la persona con el fin de que se escuche a sí misma, se encuentre con su fuente interior y no continúe dando manotazos de ahogado esperando que todo venga de afuera. No hay mayor daño que hacerle creer a alguien que somos sus salvadores, hay mucho ego en nosotros si lo hacemos y mucha vanidad en quien quiere creerlo.
En realidad nunca estamos solos, no existe la soledad desde un punto de vista espiritual, pero sí existe en un tramo, en un pasaje de alguien que se encuentra entre el desconocimiento y la posibilidad de acceder a una zona nueva de sí mismo. Se dice que cuando Cristo estaba en la Cruz y pronuncia la famosa frase: “Padre me has abandonado”,  lo que ocurrió es que estaba dejando de ser Jesús para ser el Cristo, fue un pasaje, dicen que las entidades que lo acompañaron se retiraron para que entidades superiores vinieran a ocupar ese lugar.  Esos momentos de vacío  logran ser en nuestra vida mojones que indican que estamos evolucionando. Experimentamos entonces la soledad, eso que no existe de modo absoluto pero que se presenta como una parte del camino. Compasión no es taparle todos los agujeros al semejante sino ayudarlo a crecer,  el dolor y estos momentáneos estados de soledad  pueden ser el alimento que nutre nuestra evolución.

martes, 26 de marzo de 2013

SIMPLEMENTE ESCUCHAR



                                           

 Que yo recuerdo nunca me resultó fácil escuchar. En mi familia la gente monologaba y como yo era más chica y en aquellos años los niños casi no tenían derechos, debía escuchar. La sensación que tengo fue la de no haber sido escuchada.  Cuando crecí un poco copié los hábitos de mi familia y hablaba hasta por los codos sin registrar al otro. Entonces intenté aprender. No sé si aprendí en realidad. Lo que tengo muy presente fue primero mis sesiones de psicoanálisis durante años donde no era poco frecuente que el psicoanalista dijera: ¿Usted se escuchó lo que acaba de decir? Pero quizá donde se me hizo más interesante el aprendizaje fue en los grupos de autoayuda. En esos grupos una persona no podía hablar cuando el otro estaba hablando, cosa que en mi familia había sido muy común por no decir el modo habitual. Entonces empecé a escuchar de verdad al otro, al menos el tiempo que duraba la sesión del grupo. Y supongo que desde ese momento se me fue haciendo hábito.
    Luego está el tema del teléfono en las grandes ciudades. Durante años fue como un canal entre los amigos. Pero ahora vaya a saber si por mi cambio personal o la existencia de las redes sociales se me volvió una invasión. Y tuve que comenzar a limitarlo. Los recuerdos de personas que literalmente prenden la radio a las que ni siquiera si una suspiró, dijo “sí”  o “no” o carraspeó. Es un inconveniente no verle el rostro al que habla. Con la escritura de las redes sociales es otra cosa, el tiempo de escribir da lugar a uno y a otro alternativamente y al leer la atención se centra con mayor facilidad.
   No en vano en la tradición hindú el Dios Ganesha tiene dos grandes orejas de elefante: el sabio es el que escucha, no el que habla.
    Con los años trato primero de escucharme a mí, de saber qué me pasa. Sospecho que nuestra dificultad para escuchar al semejante se debe a que en principio no nos escuchamos a nosotros mismos, tenemos obturado al observador interno y quebrada nuestra conexión con ese ser que es lo que somos en verdad. Entonces en el discurso cuando abrumamos al otro sin parar sale el personaje social, lo que no somos, lo que construyó nuestra mente. Que si vamos bien vestidos, que si el otro me dijo, me hizo, me lastimó, no me miró, no me saludó, etc. Cuando la gente se conecta con su ser interno no tiene esa necesidad desenfrenada de hablar.  La habladera continua es un acto mecánico que tiende a crear un surco en un mismo sitio. Si observamos esa clase de discursos nos daremos cuenta de que son discursos cerrados sobre sí mismos, por eso cansan tanto al interlocutor porque nada los modifica, no necesitan del afuera y la escucha en realidad es un disfraz para robarle energía a la persona que ha prestado su oreja. Hay que huir de esa clase de falsos diálogos, aunque la persona se victimice y diga que si una le presta atención está siendo misericordioso. Mentira, no es así, es sólo alimentarle la falta de crecimiento, lo único que busca esa persona es ser el centro y mantener el statu quo. Cuando una persona habla debe ser para que el que escucha pueda decir algo que le permita revisar o modificar su postura, de lo contrario la palabra está emparentada con la adicción. Lacan habla de eso, del discurso repetido sobre sí mismo que en realidad no es más que una profundización de la lastimadura. Y otra cosa: cuando escuchamos, si realmente escuchamos necesitamos estar lo más lejos posible del prejuicio, del juicio de valor, de esperar que el otro diga lo que queremos escuchar o que siga nuestro enfoque o responda a nuestro particular paradigma. Para escuchar en serio es preciso no proyectar nuestra sombra sobre el otro. Escuchar entonces es un acto de humildad. Y claro  que si el ego está reforzado, lo que equivale a estar identificado con la mente, nadie escucha a nadie, es sólo ruido que se suma al ruido imperante de nuestra civilización.

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martes, 19 de marzo de 2013

FRANCISCO PRIMERO



Ya todos los saben: Los argentinos nos desayunamos con la noticia de que el Cardenal Bergoglio fue elegido Papa. Esto trajo toda clase de opiniones y de reacciones. Curiosamente las personas carenciadas que viven en villas de emergencia de nuestro país lo festejaron y sectores de la intelectualidad criticaron la figura del Papa electo, lo que no ha hecho más que destacar la clásica desunión del pueblo argentino. La falta de unidad conduce tarde o temprano inevitablemente a la guerra, guerra de las conciencias primero y luego guerra de las armas. La guerra de las armas no podría existir sin la división en el interior de  las conciencias individuales. Y la guerra, quién puede desconocerlo, es una gran industria del capitalismo que da ganancias como cualquier otra industria a determinados sectores.  En su homilía durante el acto de asunción, el Papa Francisco Primero priorizó la necesidad de cuidarnos entre nosotros, de cuidar al planeta. En la idea de cuidar está lo opuesto de la guerra y de la división. Supongo que los seres humanos no somos conscientes de que vivimos en una profunda escisión interior que socava nuestra vida y el mundo en el que vivimos y del cual nos nutrimos. Siento profundamente que la elección de este Papa es una  gran oportunidad para el pueblo argentino, para nuestro gobierno y por supuesto para toda Latinoamérica. A los argentinos se nos ha endilgado el rasgo de pedantería, esta muestra de humildad  del pontífice nos viene muy bien, aunque claro, ese es un rasgo del porteño, del nacido en Buenos Aires y no de todo el país, un país heterogéneo desde donde se lo mire: culturalmente, geográficamente, ideológicamente, decimos que los argentinos descendemos de los barcos, tanto es así que debí buscar mi identidad en mi bisabuelo italiano ante la crisis continua de este ser argentino. Por otra parte un Papa que como él mismo dijo  al que fueron a buscar al fin de mundo nos recuerda esta sensación de australidad, de estar cayéndonos del mapa que quizá sea la causa de la endilgada pedantería que es en realidad un complejo de inferioridad encubierto. Siempre nos hemos sentido tan lejos de todo los argentinos que esta vez,  ubicados de refilón a través de la figura de un Papa en el escenario del mundo, no salimos de nuestra perplejidad y emoción.


     Los vaticinios e interpretaciones políticas sobre esta elección han sido muchos, pero el Universo no se rige únicamente por estas leyes, hay una fuerza superior, hay un plan. Cuando el Papa nos pide que recemos por él está aludiendo a ese otro plano en el que operan todas las religiones, nos está invitando a tener un pie aquí y el otro allá, a reconocer el poder del trabajo enérgetico, a no limitarnos a las estrechas tres dimensiones para actuar sobre el mundo. Personalmente me siento cercana a la visión de este Papa, educado como fui educada yo por mi abuelo italiano, en la austeridad, en el bajo perfil, en la confianza en el trabajo, en socorrer a los débiles,  reconozco sin embargo que me falta una distancia para hablar de este hecho, hoy, en el día de la asunción del antiguo cardenal Bergoglio devenido en Papa, sólo puedo decir que estoy conmovida, desde esta australidad que tal vez nos permite ver desde otra perspectiva al mundo entero.

viernes, 22 de febrero de 2013

NO JUZGAR


      Repetimos insistentemente que un rasgo en la personalidad de la gente que indica que hay una evolución en su conciencia, una mayor comprensión de cómo funciona el universo es el de no juzgar a los otros, a los semejantes. Y pareciera que eso se reduce a no hablar mal de actitudes y comportamientos ajenos y por supuesto es más que eso. El no juzgar es un indicio de una comprensión mayor. No por nada en la cultura hindú no es aceptable señalar con el dedo índice a otra persona. Nuestro cuerpo habla con un lenguaje de movimientos y gestos que tiene significación y por lo tanto afecta a la energía circundante. La práctica de la técnica hawaiana Ho ponomono   es un punto de partida interesante y revelador que nos permite comenzar a experimentar el peso que tiene un juicio de valor arraigado a la hora de manifestar nuestras emociones, de qué modo nuestra emocionalidad depende de un plano mental que acuñó creencias que solidificadas con el tiempo determinan nuestro modo de relación con otras personas. Con la práctica de Ho ponomono vamos descubriendo que el perdón es mucho más englobante que un simple acto de soltar aquello que nos aprisiona y como tal nos limita  por el hecho de ocupar un espacio en nuestra conciencia con energía densa, el perdón abre puertas inesperadas como si de pronto extendiéramos un lienzo plegado en minúsculas partes. Cuando la conciencia comienza a expandirse los grados de comprensión se amplían, se convierten en un modo de operar. Algo semejante o quizá más revelador aún, dependiendo de la experiencia individual, nos ocurre cuando constelamos de acuerdo al método de Hellinger, vivenciando eso que es contenedor y superador de nuestra persona y que determina nuestro lugar en un sistema familiar y de allí nuestro sentir y comportamiento, podemos reconocer que el juzgar es una torpeza de nuestra mente que intenta jerarquizar para entender o que buscando aplacar o darle sosiego a lo que nos atormenta construye cajitas, estructuras, prisiones. Yo diría que es casi imposible salir de un taller de constelación familiar señalando con el dedo la falta de otra persona, porque hemos comprendido que todos jugamos un papel dentro de una totalidad que es determinante. Esa idea de totalidad, de ley superior, esa revelación única nos libera de clasificar a la gente dentro de estructuras fijas, ya que de eso se trata el juicio de valor.  Obviamente el juicio de valor necesita imperiosamente de una mente dual, bipolar, es decir que esté fuera de la captación de la unidad. Cuanta mayor sea nuestra percepción de la unidad, menos juicio limitante tendremos hacia los demás.
  He llegado a un momento en el que me duele escuchar consideraciones negativas de unas personas sobre las otras, a veces tan distantes de un mínimo grado de compasión. Lo escuchado delata más de quien emite el juicio que de la persona juzgada. Lo que aparece en estos casos es la falsa idea de quien  está juzgando de considerarse superior, de hecho el juicio de valor supone una mirada desde arriba sobre los semejantes y no  de una ubicada en el mismo plano. Por esta misma causa el sistema de las ideologías tomado en forma rígida colapsa con tanta facilidad. Ya sabemos que en Occidente  nuestra manera de comprensión de la realidad se basa fundamentalmente en la oposición, en  la tensión entre contrarios y eso nos hace confundir información con conocimiento.  Las prácticas, como las que cité del Ho ponomono o de las constelaciones familiares que son métodos terapéuticos, así como las otras prácticas de meditación y sus variantes, son un camino yo diría imprescindible hoy por hoy para trascender esa cosmovisión medieval apoyada en el juicio de valor previo y cristalizado. Esto da para seguir hablando sobre el tema hasta el infinito, porque el semejante que está a mi lado no es otra cosa que mi sombra o la expresión de aquello que me libera de actuar ese papel. Ya no podemos pensar a nadie individualmente sino dentro del sistema que lo contiene y le asigna un rol. El otro es mi propia sombra desplegada.  El afuera es el nuestro adentro expandido y aquello con lo que nos topamos funciona como un espejo que puede ayudarnos a reconocernos.  Juzgando no hacemos más que enturbiar nuestra propia imagen. No hay separación, si abrimos los ojos del alma no hay dualidad, el mundo de la materia es ilusión, sólo hay Dios, dimensión sagrada.
                                                                                                 


lunes, 4 de febrero de 2013

LENNON Y YOKO EN UNA CAMA

                                                                                    

   
Mirando un documental sobre la vida de John Lennon me sobresalto a cada rato. Y no es sólo porque me retrotrae al espíritu de mi juventud, al sentido revolucionario, transformador que ha regido mi manera de enfocar las cosas, es porque Lennon pone sobre el tapete el tema de la violencia. Entonces es como si me mostrara otro aspecto de este tema crucial que no termina de ser profundizado porque el sistema económico, político no lo tolera. Cuando el FBI está contra la presencia de Lennon en Estados Unidos algo resuena dentro de nosotros, por un lado a mí me hace sonreír pensando que a amigos míos en los sesenta se los llevaba presos porque tenían el pelo largo, nada más que por eso y que el castigo consistía en raparlos en la comisaría. No, no es inocente ni el acto de llevar el pelo largo ni la acción extremadamente violenta de cortarles el pelo. De inmediato se me cruza la imagen de Gandhi  hilando su propia tela como respuesta revulsiva al colonialismo inglés que desarrolló su industria en base al algodón y sometió a toda la India por razones económicas. A Gandhi haciendo ayuno, a Gandhi manifestándose en silencio frente a un conjunto de policías armados. Del mismo modo aparece John Lennon y Yoko Ono en una cama en Canadá declarando que ese es su modo de protestar contra la violencia del sistema político: quedarse en la cama, en ese sitio donde la gente nace y muere, donde se gestan los hijos, donde se hace el amor, donde nos replegamos de la lucha del mundo y soñamos. Hoy, a la luz de los más de cuarenta años transcurridos, esa pareja hablando de la paz y contra la guerra en una cama, me conmueve profundamente. Declararse contra la guerra no es una frase nada más, es ir contra la mayor industria del sistema capitalista que necesita de la guerra no sólo para vender armas o derrocar gobiernos contrarios o apoderarse de los bienes imprescindibles bajo el pretexto de liberar al oprimido o llevar la civilización al país que será atacado, la guerra para el capitalismo es lo que permite la permanencia del sistema en tanto y en cuanto el sistema necesita vender productos manufacturados que son cada vez más, la guerra destruye y luego permite empezar de nuevo para así  seguir vendiendo  y sosteniendo el lema de “tire y compre” siga funcionando en detrimento del equilibrio planetaria, por citar sólo un detrimento.
   Ahora bien, la paz evocada y convocada por Lennon era en principio política, pero hoy que la violencia es pan común y aparece naturalizada en nuestra vida cotidiana más que nunca necesitamos actos contundentes que convoquen  la paz. Ningún acto es inocente, nadie que se para frente al mundo y anuncia con un gesto un valor deja de marcar su huella. Lennon habla de Flower power y de inmediato nos viene la imagen de la muchacha que coloca el tallo de una flor en el agujero de un fusil de la policía. Si de verdad profundizáramos el concepto de que la violencia es la contratara del amor, no aceptaríamos con tanta facilidad que alguien maltrate a un chico en la calle, que alguien agreda verbalmente a otra persona, que una mirada desaprobatoria y cargada de desprecio inhabilite a un semejante. Violencia es mucho más que fuerza física, es el no reconocimiento de nuestro derecho a ser quienes somos, en nuestra diferencia y diversidad, sea esta la manifestación de algún  perfil cultural, de una elección sexual, de un rasgo de nuestro carácter, es hablar todo el tiempo de nuestras necesidades y no registrar a la otra persona. Nadie puede arrogarse el derecho de decirle al otro lo que tiene que hacer en su vida privada, ni cómo pensar, ni qué comer, ni a qué Dios adorar. El autoritarismo en sus muchos matices es una de las formas de violencia socialmente aceptada, un resabio del modelo patriarcal típico de la era pisciana que estamos dejando atrás. Violencia, como ya dije, es el quebrantamiento de la ley del amor, llamamos amor a un principio de energía, a una orientación o comportamiento de la energía porque no sabemos cómo llamarla, es una tendencia a la expansión muy poderosa, tan poderosa que cuando vamos en sentido contrario, se presenta la violencia, ya sea porque tenemos un pensamiento que va contra el modo en que cada una de nuestras células tiene programado o porque reaccionamos ante otra persona cuando la otra persona no nos ha atacado ni vulnerado.  Hoy, esa pareja vestida en pijama en un hotel de Canadá, Yoko y John, hace más de cuarenta años me recuerda a los mudras hindúes, esos gestos que hace el cuerpo para movilizar la energía. En la cultura hindú señalar con el dedo índice de una mano es algo inaceptable,  supone poner afuera algo que seguramente nos involucra, es señalar el error en dirección equivocada. “En un gesto cabe la historia”, dice Roland Barthes. Esa pareja en una cama al menos esta tarde tuvo para mí la fuerza de Gandhi tejiendo en su casa sentado en el suelo. La violencia en todas sus formas se ha colado en nuestra vida, tanto y tanto, que ya no la reconocemos como tal. Un acto decisivo puede ayudarnos a reflexionar para separar la paja del trigo, el amor que debe nutrir nuestra vida de lo que no lo es.
                                                 

                                         

                               

miércoles, 12 de septiembre de 2012

EL VALOR DE LA PALABRA

Isadora Duncan

        Recuerdo que en mi adolescencia  me impresionó muchísimo leer el libro autobiográfico de Isadora Duncan, la creadora de la danza moderna. Ella cuenta que había perdido sus dos hijos pequeños en un accidente y no tenía consuelo. Esto ocurrió a principios de la década del XX, entonces Isadora narra su experiencia con la famosa actriz Eleonora Duse.  Al parecer todos los allegados de Isadora le decían que olvidara, creyendo que así la ayudaban, pero ella estaba cada vez peor, no lograba superar un poco su dolor interno. Entonces la Duse le dijo que hablara, que hablara de sus hijos todo lo que quisiera. Y fue aliviador, el dolor comenzó a ceder. Claro, era plena época de los inicios del psicoanálisis. Hemos aprendido mucho desde entonces sobre nuestra psiquis y sobre los procesos de duelo. Sin embargo los tiempos han cambiado, la energía planetaria y nuestra evolución nos han llevado a un estadio diferente. Aún necesitamos elaborar el duelo, hablar, ir al psicoanalista muchas veces. Claro que esa es una etapa en el camino de autosuperación de conflictos, a veces necesaria, otras, imprescindible incluso para personas que se han iniciado en el autoconocimiento espiritual, suelen saltearse este tramo de conocimiento de sus emociones básicas y entonces creen que están preparados para dar un salto y no es así.
   Hablar es bueno pero hablar de qué, cómo, cuándo y sobre todo preguntarnos qué clase de energía estamos perpetuando. Saber escuchar no significa permitir que el otro se regodee en su propia energía densa contando una y otra vez anécdotas sobre sus infortunios. En ese caso nos convertimos en testigos de su hundimiento emocional. Eso no es bueno para que el habla ni para el que escucha. Ahora si en la narración de esos infortunios se desentraña algo, si es útil para comprender, entonces adelante con el relato. Por desgracia se suele confundir saber escuchar con permitir que el otro nos utilice como recipiente de su basura energética. Dejar que el otro cuente largamente su dolor es permitirle que se siga hundiendo y que crea que es una víctima del mundo. Una persona que se victima partiendo de la base que el mundo es malo, así cree fervientemente que es el mundo el que debe adecuarse a ella, en otras palabras que es el mundo el que debe cambiar y no ella. Y ese, ya lo sabemos, es un pedido excesivo. Quien critica continuamente desde su lugar de víctima se identifica con la oscuridad y de ese modo se instala en la dualidad porque su ser interno es luz. Cuando nos alejamos de nuestro ser interno ya no sabemos quiénes somos.
 A falta de la experiencia del amor las personas se cargan con la energía que tienen a mano, la del 
resentimiento expresada en la queja suele ser la que tienen más a mano. Sabemos que todo lo que nos pasa es una expresión del campo electromagnético que somos y que crea un campo mayor  alrededor de nosotros. Observar ese campo nos permite saber quiénes somos o qué estamos produciendo desde nuestro centro de gravedad. Así como la casa es la segunda piel, el mundo es el reflejo de nuestro ser.  El mundo en general es lo que es por la suma de nuestras conciencias individuales. Ahora, nuestro mundo cotidiano es forjado por nuestra propia conciencia. Cada uno de nosotros vive en el mundo en el que cree. Es nuestra creencia la que configura el escenario. Siguiendo una de las leyes del Kibaliom: Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera. El afuera no es independiente de nosotros, nadie es víctima de nada, es hacedor y aquí se aplica mejor que nunca la ley de la física cuántica: El observador modifica lo observado.  Eso de lo que nos quejamos es en realidad el Maestro que viene a brindarnos la oportunidad de cambiar. Ese es el único Maestro que podemos recibir en el actual estado de conciencia en el que nos encontramos.
    De modo que es importante saber adónde nos llevan nuestras palabras, no siempre hablar construye un hecho comunicacional y yo diría que últimamente   en escasas ocaciones. Sospecho que los humanos en Occidente hemos  agotado en cierto sentido el uso de la palabra y abusamos de ella, la palabra,  que puede ser transformadora se convierte en  mero objeto del ego. Una vez más insisto en la importancia de la práctica  espiritual cotidiana como camino hacia el centro, ese centro nuestro, el Ser que realmente somos que  y opera como núcleo de gravedad y construye nuestro mundo. Meditar, cantar mantras, realizar hatha yoga, bhakti yoga, oración,  servicio desinteresado, Reiki y sí, nuestro querido Reiki, distorsionado por la publicidad de los medios, que es la técnica que en Occidente se ha abierto para que muchas personas se asomen a la experiencia de los otros planos y se den cuenta de que el físico es el resultado de los otros más sutiles y no a la inversa. Trabajar en nuestro ser no es leer libros, no es seguir transitando el camino de la palabra, así como hablar y hablar no supone acceso al autoconocimiento ni vía de comunicación genuina. Leer puede ser el camino pero depende cómo y movilizando determinadas energías. Sin humildad no hay evolución y sin humildad tampoco hay compasión. Y ha sido el dominio sobre la palabra lo que nos ha hecho creer que sabemos y que somos superiores. La palabra hablada merece más respeto, creo que deberíamos someterla a nuestra consideración una vez más, deberíamos devolverle su carácter sagrado como a todas las cosas que nos rodean. El aporte de Freud a la cultura ha sido inmenso, pero en su justa medida y con rigor, lo mismo que el aporte del Reiki el que lamentablemente no es conocido popularmente en su profundidad y eficacia espiritual. Entonces, hablamos de lo siempre, no trivializar, no dejarnos llevar por una cultura del consumo, de todo es lo mismo, de la acumulación reemplazando la excelencia. A la palabra tenemos que devolverle su lugar y no malgastarla, la palabra es energía y como tal puede canalizar lo sutil o lo denso. Elijamos elevarnos para colaborar en la elevación del mundo en su totalidad.
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viernes, 22 de junio de 2012

PUERTAS DEL CONOCIMIENTO

                                           

He notado que algunas personas tienen una relación confusa, ambigua, desconfiada hacia otras formas de conocimiento convencionales, me refiero a la intuición, a ese conocimiento que surge de la propia conexión con el ser interno. Esto obedece a  causas históricas especialmente en Occidente.  Y digo esto porque en ciertos pueblos que están más en contacto con la naturaleza o en Oriente la relación con este modo de conocimiento es más fluida y habitual.
    Dice el gran Maestro hindú Swami Dayananda en su interpretación de la Baghavad Gita que es muy pobre que los humanos sólo conozcamos a través justamente de la percepción y la mente. Se trata de un estrechamiento de una limitación de nuestras capacidades cognitivas. Lo he podido apreciar en varias personas frente a la posibilidad de que intermedie como iniciadora en el primer nivel de Reiki. Pareciera que aprender una técnica de autosanación y sanación a otros fuese dar un paso hacia el peligro,  cuando en realidad se trata de una práctica sumamente natural que está en nuestro código genético, algo tan simple como esa tendencia que tiene una madre a colocar su mano en la zona dañada del cuerpo de su hijo. Y dije que esto no es casual porque durante casi seis siglos la Inquisición  se ocupó de perseguir a quienes se aventuraron a experimentar con otras formas de conocimiento que no fueran las establecidas. Así quemaron preferentemente a mujeres en la hoguera suponiendo que con eso se extirpaba una vía de acceso a esas formas de saber. Pero no fue así, esta condición o don es propia del ser humano y reverdece y reaparece siempre. Lo que sí logró la práctica de la Inquisición fue crear campos mentales que perduran y que sumen a las personas en una suerte de temor ciego a eso que no se sabe qué es. La idea de castigo subyace en esos campos en los que todavía abrevamos. Por eso la práctica concreta o sea la experiencia del Reiki, por citar a la más divulgada, nos permite dimensionar nuestro propio poder humano y comprender que el acceso al conocimiento tiene muchas más puertas de las que creíamos que existían.  Por este motivo he observado que ciertas personas ubican en la zona de lo oscuro sus intuiciones, sus sueños premonitorios y hasta la visualización de figuras sagradas como ángeles o la mismísima Virgen María, a veces ocurre también que se auto-consideran seres especiales o privilegiados cuando en realidad eso es la manifestación de una cualidad natural humana de conocimiento que ha sido aplastada por la cultura. A lo chamanes de América o a los hindúes esto no los sorprende, porque tienen incorporada esta capacidad, tienen el hemisferio del cerebro derecho más desarrollado. Así es que no resulta raro que cada tanto en los medios de comunicación aparezcan personas que se erigen en jueces levantando su dedo condenatorio, personas que se conectan con esos antiguos campos de energía de la Inquisición. De tanto en tanto se pone de moda el tema de las sectas que de hecho existen, pero que no son tantas ni son   todos esos grupos de trabajo espiritual que nombran los que salen con su dedo acusador. El miedo  es el peor enemigo del conocimiento, si bien es una emoción útil, en muchas ocasiones es utilizada para controlar a las personas. El miedo es lo contrario de la fe y con la fe las puertas se nos abren. La fe está en el camino del amor, de eso se trata esto, el Reiki, el escucharse a uno mismo desde lo profundo desatendiendo mandatos culturales. La verdad, entonces, es la clave y  también el amor, que son dos valores humanos fundamentales, ambos se presuponen y operan como dos caras de una misma moneda. Los tiempos que corren nos piden expansión, apertura, integración de las diferencias y para eso necesitamos abrirnos a nuestras percepciones más íntimas y genuinas. El mundo se nos revela cada vez más fascinante, pero para acceder a ese mundo de afuera necesitamos imperiosamente conectarnos con nuestro mundo interior, nuestra verdad del alma. Las prácticas para desarrollar esta capacidad innata son variadas, no importa cuál escojamos, la alimentación natural, la meditación, el yoga, la respiración consciente, la oración, el canto sagrado, el Reiki, el adentrarse noblemente en la propia religión de origen, no importa el camino porque el camino es ancho y en última instancia nos conduce al  mismo sitio. La actitud fundamentalista de suponer que el único camino posible es el propio, resulta a esta altura de los hechos una antigüedad y una ridiculez. Las puertas son infinitas, como en nuestros juegos infantiles, cuando todo parecía posible.
                                                                                
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