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domingo, 16 de octubre de 2011

LA CASA


Crecí en una casa grande en el barrio de Floresta. Todavía recuerdo aquella tarde en la que mi padre nos llevó a mí y a mis tres hermanos y subimos a la terraza, corríamos de un lado a otro. Nos parecía inmensa en relación a la casa que habitábamos hasta entonces. Fui a la escuela del barrio y tenía cuatro amigas que vivían todas en la manzana de enfrente. La gente del barrio me conocía y pasaba horas en casa de los vecinos, incluso me iba de vacaciones ellos. El barrio era una casa extendida, mi espacio resultaba enorme. Luego, cuando comencé a vivir sola a los 24 años me compré mi primer departamentito. Dios mío, cuánto le costó a mi cuerpo acostumbrarse a las restringidas dimensiones. Pude comprarme un departamento apenas un poco más grande y luego llegué al tan ansiado departamento de tres ambientes con gran balcón. Pero algo faltaba. Yo me había ido acostumbrando por eso de escuchar: una mujer sola es mejor que viva en un departamento. Salvo mi año en Misiones, viví en departamentos, incluso aquel otro año en el centro de la ciudad de Córdoba. Hasta que, ya siendo una mujer más mayor me dije: ¿Y si intento vivir en una casa? Medio mundo me alertaba sobre los peligros de vivir en Buenos Aires en una casa. El pasaje resultó complicado, pero lo hice. Ahora me doy cuenta de que mi personalidad no tolera los departamentos y me acuerdo de que una reflexóloga con quien hice un tratamiento me había preguntado si vivía en casa o departamento y al contestarle departamento hizo una mueca con su boca.

Algo ocurre cuando nos alejamos demasiado de la tierra. Un especialista en Feng Shui me dijo que la gente no debería vivir más allá del piso séptimo, porque va contra nuestra naturaleza humana. Suele decirse que cuando se compra un departamento estamos comprando aire. Antes de vivir en una casa, no pasaban seis meses sin que yo saliera a lo loca a pasarme unas semanas en las sierras de Córdoba. Decía que necesitaba la energía de ese lugar, pero ahora comprendo -porque eso ya no me pasa- que lo que yo realmente necesitaba era el contacto con la tierra. El contacto con la tierra nos vuelve más terrenales, más verdaderos. Eso de ver la ciudad desde arriba cambia la perspectiva. Yo ahora le veo el rostro a la gente, antes desde un octavo piso me sentía demasiado arriba. Esto también me hizo pensar en aquella idea mía de irme de Buenos Aires a vivir otra vez en una provincia, en realidad Buenos Aires no es el microcentro, es una suma de barrios que en muchos casos, como el de Villa Urquiza, se parecen a veces a un pueblo de provincia. Estoy muy cerca de la general Paz y el barrio es antiguo y la gente se saluda y se reconoce aún igual a como ocurría en la Floresta de mi infancia. A veces no hay que irse tan lejos para encontrar la patria. Yo me fui veinte cuadras más allá y no compré aire sino tierra.

                                                                
Dibujo en ángulo superior izquierdo: obra de Roberto Aizemberg

Este artículo se publicó originalmente el lunes 11 de mayo de 2009 en http://caminanteazul.blogspot.com/
                                                 
                                      


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