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sábado, 15 de octubre de 2011

EL LADO OSCURO DE LA LUNA

 



Ha sonado el teléfono y yo levanté el tubo. Una persona conocida me habla. Estoy centrada en mí y la escucho. Al principio todo parece estar bien, esta persona me cuenta sobre su vida, sobre lo que siente, aunque su estado de ánimo no es feliz ni armonioso la escucho con atención porque me está hablando de lo que ella ha encontrado en su interior. Pero luego comienza a hablar de otra persona, la conversación viró velozmente hacia fuera y su tono se ensombreció más y percibo su respiración un poco más agitada, cierto enojo y entonces sé que está criticando a esa persona. Al cabo de un rato descubro que estoy escuchando hablar de alguien que no conozco y que posiblemente no conoceré nunca. Pero tampoco tengo la posibilidad de conocerla a través de esta conversación porque es la visión distorsionada de alguien enojado. Me pregunto qué estoy haciendo con el teléfono en la mano. Ya sé que no existe comunicación sino la descarga de energía densa de alguien que no sabe qué hacer con sus propias sombras y las proyecta para afuera. Primero proyecta su sombra en la figura de un tercero y doblemente lo hace al utilizarme a mí como escucha. Me pregunto qué puedo hacer para que esta persona abandone esa actitud destructiva y se vea a sí misma y también me pregunto con tristeza hasta cuándo tendré que recibir lo que no me corresponde. Y qué energía hay en mí para que haya atraído esto que me ocurre. Y de inmediato me surge para qué, para qué estoy viviendo esto, qué necesito aprender de ese ser que me habla, qué necesito cambiar en mí para ayudarle al otro a cambiar en todo caso, para que existe transformación y no propagación de una forma socialmente aceptada de eso que llamamos “mal”.
A veces la comunicación no se basa en destruir la imagen de alguien sino en emitir juicios sobre situaciones y personas. De igual manera quien está hablando se aleja enormemente de sí misma, desplaza su energía y eso que es juzgado no es más que una excusa para su huida. Siempre siento tristeza cuando la gente desaparece y utiliza su mente para hacerlo. Por qué estar en el mundo tiene que ser necesariamente un ejercicio de destrucción. Entonces le sugiero:, “Contame de vos, decíme cómo estás vos”. A veces la persona acusa recibo y se da cuenta y un orden medianamente amoroso vuelve o se instala, pero en muchas otras ocasiones no puede escucharse a sí misma y sigue proyectando. Cuando la conversación telefónica finalece, esa persona tal vez encuentre un alivio momentáneo, pero no ha habido modificación sino una profundización de su energía densa. No le ha servido para nada haber levantado el tubo del teléfono, más que para hacer más profunda su desarmonía y alejamiento de su ser interno.
No hemos llegado todavía a comprender qué fuerza tiene todo lo que hacemos con nuestras palabras, si intensificáramos ese impulso terminaríamos atacando a la persona de la que hablamos mal, pero no se trata de la persona sino de nosotros, de que no podemos saber qué nos ocurre en el interior y expulsamos hacia fuera eso que no somos capaces de aceptar, una cáscara que nos impide conectarnos, sintonizar nuestra propia luz. Una verdadera lástima. La luz está allí y escapamos de ella con torpeza. “Poner la otra mejilla”, de eso se trata, ver todo desde otro lugar, salir del modelo mental, incluir la totalidad en la mirada y no sólo este ángulo, el propio. Poner la otra mejilla, iluminar el lado oscuro de la luna.
Artículo originalmente publicado en http://caminanteazul.blogspot.com/
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